Estoy atrapado en un círculo vicioso: acumulo estrés sobre estrés. Estoy viviendo en modo de supervivencia. ¡Vivo enfermo!
Mi cuerpo me habla a través de los síntomas
Mi cuerpo me lo dice… a veces me grita una verdad que prefiero callar, que prefiero no escuchar: Cuando no es la gripe que chorrea, es el dolor de garganta que tapona, o el estómago que arde, o mi abdomen que engorda, o las alergias que me invaden, o los oídos que me zumban, o la cabeza que me aturde, o las articulaciones que duelen, o los músculos que se contraen y duelen, o la respiración que me aprisiona.
Mi cuerpo me habla a través de las emoci0nes
A veces mi cuerpo elige no hablarme a través de mis órganos, vísceras y músculos, sino que me habla por el lenguaje de las emociones. Entonces me invade la ansiedad, o el miedo…esta sensación que no sé cómo descifrar. Este lenguaje me es más difícil de entender, me parece demasiado abstracto. No sé qué hacer con esta angustia, con este miedo que me agobia, con estas expectativas catastróficas…con esta sensación de no saber cómo resolver.
Qué está pasando con mi sistema inmunológico
Hace tiempo que no logro cubrir el presupuesto de defensa de mi organismo. Mi producción energética no alcanza para comprar suficientes natural killer (NK), linfocitos T, B y glóbulos blancos, y otros defensores necesarios. Me siento en déficit inmunitario. A veces tengo la ilusión de hacer algunos depósitos (reposos forzados, vitaminas y suplementos, etc.) a mi sistema, pero al final termino más endeudado. ¡No logro equilibrar el presupuesto ni tener al día la contabilidad de mi cuerpo! Me he llenado de pasivos y he gastado todas mis reservas; todo en aras de “mantener la adaptación y el estado de alerta”. De una época para acá vivo tomando prestado – robando – a mi corazón, hígado, riñones y páncreas, para cubrir precariamente mi sistema de defensa externo, con la promesa de devolver lo prestado; pero nunca pago… ¡me ha vuelto un moroso insensible!
En mora con mi cuerpo
Hace tanto tiempo que no hago a mi cuerpo las reparaciones generales de rutina. He dejado de cumplir con los mantenimientos preventivos que mi cuerpo me reclama. En ocasiones ni siquiera he podido cumplir con los mantenimientos correctivos. En estos momentos tengo algunos de los componentes de mi cuerpo fuera de servicio: ¡Esta pierna que cojea…esta mano entumecida! Ha pasado el tiempo y las fallas y desperfectos se han acumulado.
Estoy viviendo muy alcanzado, no logro llegar a fin de mes con este cuerpo, no cumplo con las fechas de pago y los plazos de entrega que mi cuerpo me implora, y se me han acumulado las cuentas: sueño, alimentación, recreación, ejercicios, tiempo familiar; además de éstos kilos, y estos dolores, y este cansancio…y la lista sigue.
Desde hace un tiempo atrás mi cuerpo se ha convertido en mi enemigo. He dejado de reconocerlo – lo he alienado- se ha vuelto un extraño para mí. Con frecuencia mi cuerpo envía unos espías misteriosos – los síntomas – que me ponen en incomodidad, que me desarreglan la vida, revelando algo que está pasando allá dentro, como forzándome a prestarle atención.
!Qué fiel es mi cuerpo!
La mayor parte del tiempo, me hago el desentendido, como si no escuchara lo que es ya un clamor, como si los síntomas no fueron míos. Me cuesta creer que todo esto me esté pasando a mí. Pero como dijo un autor:
“Mi cuerpo me acompaña sin mentiras” (Manuel Barroso).
Por más que me hago el desentendido y trato de aplacarlo – congraciarme con él – con calmantes, bálsamos, antiácidos, antialérgicos, terapias y sedantes, mi cuerpo nunca calla, nunca miente. Por el contrario, se expresa a través de síntomas, alertándome, inquietándome, previniéndome y forzándome – a veces utilizando medidas extremas – a buscar soluciones inmediatas.
Mi cuerpo me dice que no es mi enemigo, que él es como una caja de resonancia que amplifica y revela como estoy viviendo. Él me dice que los espías misteriosos – los síntomas – son mis aliados: mensajeros de noticias ciertas…verdades irrefutables. Que esos espías se han vueltos mensajeros tercos y tenaces (crónicos) no para molestarme, sino que actúan como precursores obligados de una enfermedad que anuncian, pero que no quieren declarar.
Y que aún está enfermedad que me aqueja no es mi enemiga, sino sólo una forma de expresión de lo que callo: un lenguaje desesperado que él utiliza para provocar mi atención, para sentirse tomado en cuenta; una forma extrema de comunicación para avisarme que he equivocado el camino.
Los mensajes de mi cuerpo
Mi cuerpo me dice que estoy transitando el camino de la enfermedad, que no es más que el camino de la incongruencia, de la desorganización interna, de la desarticulación y desincronización total de mis sistemas vitales; el camino de la no conciencia, del no contacto conmigo mismo (necesidades, anhelos, deseos, sensaciones, emociones) y de la falta de expresión, consecuencia de un estilo de vida: manejo emocional, percepciones, conductas, hábitos y actitudes, caracterizados por la pérdida de integración, propósito, sentido y direccionalidad.
Mi cuerpo me dice que el camino de vida que he elegido, y la forma como ando (velocidad, ritmo, tono, frecuencia) por ese camino, es un entrenamiento seguro para desarrollar y mantener la enfermedad. ¡Ay, parece que me estoy entrenando para enfermarme!
No logro entender a mi cuerpo
Pero yo no sé qué hacer con estos síntomas: con este dolor…con esta inflamación…con este ardor…con esta opresión…con estas emociones. ¡No entiendo este lenguaje! Quisiera que mi cuerpo “me hablara más claro: más racional, más lógico”.
Hoy me muevo en medio de paradojas y contraparadojas, incongruencias y contradicciones con mi cuerpo. Sin embargo, comienzo a darme cuenta, como decía mi profesor, que algo malo está pasando, que “más allá del síntoma, está la enfermedad”. Temo que mi cuerpo me pase una factura que no sea capaz de pagar, por un consumo que no recuerdo, o tal vez quiero olvidar cuando lo hice.
Nunca he llevado la contabilidad de mi cuerpo al día. Ni siquiera conservo los soportes de lo que gaste, compre o alguna vez invertí. He dejado de ir al médico, por temor a no pasar la auditoría. Tal vez por miedo o pena, de que el médico me diga que necesito declararme en quiebra.
¡Estoy atrapado en un círculo vicioso, y no sé cómo salir de él!
Sé que necesito hacer una pausa, pero no puedo parar. ¡No puedo permitirme estar enfermo ahora! Tengo tantas cosas pendientes por resolver, tantos proyectos que atender, tantas tareas que realizar, tantas metas que lograr…
Converso poco con mi cuerpo, pero cuando ya no lo aguanto, le pido – como una especie de rezo desesperado – que no se vaya a parar. ¡Todavía no!
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