Mucha de la cultura de los últimos años tiene este ritmo de aceleración: comida rápida, yoga expréss, fast sex, lectura rápida, recetas para aprender y hacer las cosas más rápido. Así surgen como soluciones el microondas, la liposucción, las comidas rápidas o precocinadas, las drogas, los buscadores en Google, las píldoras de alivio instantáneo, entre otros.
La cultura hiper
Esta es una cultura de correcaminos en la que nos hemos hecho adictos a todo lo hiper: estamos hiperconectados (redes sociales), hiperestimulados (redes sociales, tv, publicidad, etc.), hiperacelerados (sobre exigidos), hiper multitarea (haciendo varias cosas al mismo tiempo), hiperinformados (sobreinformados al punto de la saturación), hiperocupados (muchas actividades al mismo tiempo, o una agenda sobrecargada), hipertecnológicos (smartphones, controles remotos, tablets, smartwatches, cepillos de diente eléctricos, y una infinidad de dispositivos inalámbricos), de tal suerte que estamos hiperestresados. Vivir en una cultura donde queremos obtenerlo todo de forma rápida e inmediata, trae aparejado un aumento del estrés.
Lo cierto es que andamos corriendo por la vida en lugar de vivir la vida. Al respecto comenta Carl Honoré:
“Creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir. Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida”.
Consecuencias de la adicción a la prisa
Algunos indicios de ir muy rápido son: cansancio (por exceso de trabajo, por dormir menos), sensación de superficialidad (la prisa también es un ropaje para evitar las preguntas difíciles: quién soy yo, cuál es el propósito de mi vida, etc.), aislamiento (no hay tiempo para las relaciones), problemas de memoria (por no dar chance para procesar las cosas), impaciencia – impulsividad – sobre-exigencia (vamos muy rápido, no por necesidad sino por hábito, por miedo, por inercia) , no escuchamos a los otros, sensación de agobio e incomodidad, insatisfacción en muchas áreas, estrés.
La consecuencia de vivir bajo este paradigma de la velocidad es que no saboreamos nuestra comida, no cultivamos el arte de hacer las cosas bien hechas, no reflexionamos, falta de compromiso interpersonal y la superficialidad (no cultivamos verdaderamente las relaciones), no nos paramos a planificar, a priorizar y a determinar en qué queremos gastar nuestro valioso tiempo, simplemente nos dejamos llevar por los acontecimientos, sin pensar; además, nos enfermamos, nos aislamos, malogramos las relaciones, somos más infelices. En otras palabras, no disfrutamos el viaje por estar tan enfocados en llegar a nuestro destino.
El paradigma vigente de la velocidad asocia rapidez con eficacia y productividad
El paradigma de la velocidad turbo pregona que para ser efectivos tenemos que accionar más rápido, y mejor si hacemos varias cosas a la vez. Pero, a veces menos, es más. Más rápido no siempre es lo mejor, a veces, lo más rápido avanza con lentitud a paso firme. Por supuesto, no se trata de hacerlo todo a paso de tortuga. Se trata más bien de hacer las cosas a la velocidad justa, correcta, adecuada a cada momento; de desarrollar la flexibilidad que integra convenientemente los dos polos (rápido/lento), y poder actuar en forma contextualizada a la velocidad óptima, según lo requiera la situación.
La palabra clave para conducirse sabiamente es equilibrio: actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo y ser lento cuando la lentitud es lo más conveniente. No se trata de ser fundamentalista de la lentitud, sino actuar con sabiduría. Necesitamos adoptar un ritmo que sea equilibrado, sostenible, saludable y eficaz.
Necesitamos ralentizar
Para eso hay que hacer menos cosas, simplificar la vida y establecer prioridades. A muchos se nos ha olvidado como hacer una sola cosa a la vez.
Ralentizar en los momentos oportunos favorece que trabajemos mejor, seamos más creativos, hagamos mejor el amor, comamos mejor, estemos más satisfechos y saludables.
Ahora, en el mundo actual, hablar de ralentizar suena fuera de contexto, porque la lentitud puede ser considerada tremendamente subversiva.
Para ralentizar se requiere cultivar la paciencia
Paciencia es lo opuesto a una receta rápida o la mentalidad de microondas, que busca soluciones instantáneas y resultados rápidos. Esto supone desarrollar una actitud de gratificación diferida: trabajar con perspectiva de largo plazo, para recoger frutos después de emprender y completar un proceso. La paciencia está casada con una mentalidad de procesos. La vida es procesos. Por eso necesitamos desarrollar una mentalidad de procesos, si queremos alinearnos con la vida, para ver las cosas en contexto, para dar tiempo de que las cosas maduren, permitiendo que transcurran de un modo natural, porque hay cosas que no podemos acelerar.
Paradigma del reloj vs paradigma de la brújula
Para ese propósito es más conveniente dejarse guiar más por la brújula que por el reloj. Mucha gente vive esclavizada por el paradigma del reloj, que es una variable inelástica y rígida. Si bien reconocemos el valor de la gestión eficiente del tiempo (tiempo cronos: duración del tiempo), más importante es ser eficaz en la gestión del tiempo (usar el tiempo con calidad: tiempo kairos). Podemos ser eficientes en una rutina de trabajo, pero no cabe la eficiencia en el cultivo de las relaciones interpersonales, pues requieren espacio, intimidad y contexto.
Me gusta más el termino kairos (tiempo de oportunidad, tiempo de calidad, tiempo favorable, medida justa y apropiada, circunstancia madura) en relación con el tiempo. Al fin y al cabo: “El problema es la falta de dirección, no la falta de tiempo: todos contamos con días de 24 horas” (Zig Ziglar). Entonces, “El desafío no consiste en administrar el tiempo, sino administrarnos a nosotros mismos” (S. Covey). El problema no es la falta de tiempo, sino la falta de prioridades.
Cultura slow
Muchas personas necesitan cultivar la cultura slow, que más que una moda, es un estado de ánimo, una mentalidad; significa privilegiar la calidad antes que la cantidad, hacer una cosa a la vez, con la velocidad que conviene, andar en equilibrio. Significa retomar los valores de la familia, de los amigos, del tiempo libre, del placer al hacer las cosas, del buen ocio (recreación), de la vida en las pequeñas comunidades, del disfrute del tiempo con la gente, del servicio al prójimo.
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