«El talento se construye en la calma, el carácter se construye en la tempestad». Goethe
Goethe señala que “el talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad”. Esto comporta saber vivir en diferentes escenarios, porque la vida está compuesta de variadas y heterogéneas situaciones; y, en muchos casos opuestas, como la calma y la tempestad. Y es que la vida nos toca con sus extremos; pero hay que aprender a vivir en cada circunstancia, y sacarle provecho a cada situación.
Si bien talento y carácter son dos rasgos de las personas muy relacionados, se desarrollan en distintos ámbitos, pero se complementan e implican recíprocamente.
El talento se construye en la calma
El talento es innato (congénito), una aptitud, pero requiere de disciplina, paciencia, constancia, enfoque y perseverancia para desarrollarlo; para añadirle conocimiento y destrezas hasta el punto de convertirlo en una fortaleza (desempeño consistente casi perfecto). Es una aptitud que se manifiesta de la mano de la inteligencia emocional y el desarrollo del carácter.
El talento requiere tiempo para formarse, reflexión para reconocerse y concienciarse, serenidad para educarse y adquirir desarrollo, y disciplina para consolidarse. Requiere, pues, calma y estabilidad. Es como el buen vino que precisa de condiciones estables para añejarse adecuadamente.
Se requiere de estabilidad, lo que Goethe llama calma, para el desarrollo y crecimiento del talento. La estabilidad desata la habilidad (Joyce Mayer). Sin estabilidad los procesos para el desarrollo y el crecimiento no tienen continuidad, se estancan. Al carecer de estabilidad, careceremos también del ambiente interno, la fuerza interior necesaria para desarrollar las destrezas y habilidades que determinan el éxito.
Nuestra incapacidad para edificar una vida emocional estable y saludable, la falta de madurez de carácter, nos sumerge en luchas y tensiones internas que sabotean nuestra efectividad en la vida profesional, laboral, social, y aún nuestra claridad de pensamiento. Pero de la mano de la madurez de carácter viene la capacidad para mejorar constantemente.
El carácter se construye en la tempestad
Las tormentas hacen que los árboles tengan raíces profundas.
Por otra parte, el carácter se forma, en buena medida, en la gestión de la adversidad: El carácter es moldeado en interacción con el ambiente (contexto de vida).
La adversidad fuerza a sacar y desarrollar de nosotros lo que llevamos dentro, y cataliza el potencial disponible. A veces, la mejor alternativa es no tener alternativas, verse forzado por las circunstancias. Blaise Pascal decía: “La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido ocultos”.
Crecemos fuera de la zona de confort
Lo cierto es que desde la zona de confort es muy difícil desafiar a nuestros límites, y tener que estirarnos y exigirnos al máximo. Pero la adversidad puede contribuir a sacar lo mejor de nosotros, y permitir que se pongan de manifiesto muchas cualidades y habilidades que no habrían tenido la posibilidad de manifestarse en la comodidad y la calma. La tempestad no solo sirve para tomar conciencia de nuestro carácter. Sirve también para forjarlo y fortalecerlo. Así, al superar una tempestad nos hacemos más fuerte, firmes, definidos y capaces. También la experiencia adversa y retadora cocina muchos aprendizajes y afirma muchos valores que de otra forma no se hubiesen formado.
Las experiencias vividas han dado forma a la persona que somos y “grabaron a presión” los modelos, formas y estructuras que caracterizan nuestros comportamientos y actitudes, y que hoy definen la persona que somos (nuestro carácter).
Las crisis: una oportunidad para el crecimiento
Es en nuestras circunstancias, pues, donde más tenemos que ser confrontados con nuestro verdadero carácter. Las adversidades, las crisis y circunstancias difíciles de la vida, ponen de manifiesto nuestro real carácter, revelan lo que hay adentro; revelan también nuestras grietas y debilidades.
Las crisis no necesariamente forman nuestro carácter, pero la forma como decidimos enfrentarlas, la manera como reaccionamos, sí edifican nuestro carácter: débil o fuerte, íntegro o con doblez, verdadero o falso. En todo caso, la forma como reaccionamos ante las circunstancias, nos permite tomar conciencia sobre el tipo de carácter que tenemos. La crisis por sí misma es sólo una oportunidad para crecer y ese crecimiento sólo es posible (capitalizar la crisis), si reaccionamos con la actitud y las acciones adecuadas. Tal como lo expresó Martin Luther King: «Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí esta última».
Hay, pues, una correlación entre nuestras experiencias vividas, la forma como reaccionamos y nos conducimos en esas situaciones, y la formación de nuestro carácter. Las crisis, pues, tienen el potencial de permitir que salga lo mejor o lo peor de cada uno de nosotros. Acertadamente dijo Honoré de Balsac: «En las grandes crisis, el corazón se rompe o se curte”.
La pregunta clave es: ¿estamos a punto de rompernos, o a punto de germinar?
El crecimiento y la madurez son una decisión; una elección que hacemos de cómo enfrentar las crisis y los desafíos de la vida.
Cuando elegimos sobreponernos a la adversidad, tolerar la frustración, transformar el sufrimiento en un aprendizaje de vida, mantener el optimismo y la esperanza, permanecer fiel y congruente con los valores, aprender de los errores, construir recursos de afrontamiento, asumir responsabilidad por lo que estamos viviendo, ver el fracaso como un aprendizaje y no como una derrota final, valorar lo que tenemos y apoyarnos en ello para crecer y madurar, entonces la crisis valió la pena ser vivida, porque seguro redundará en desarrollo de carácter.
Finalmente, de la mano del talento y el carácter caminaremos, en días soleados, de brisas suaves, pero también lo haremos durante fuertes tormentas, donde el viento y la lluvia azotarán duramente, pero ambos nos acompañarán y serán cinceles que darán forma a la escultura más importante que tenemos, que es nuestra propia vida (Andrea Calvete).
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