Entendiendo qué significa educación

Arnoldo Arana

Doctorado en Consejería de la Universidad Rhema en Jacksonville, Florida – USA. Maestría en Gerencia de Empresa y Lcdo. en Contaduría Pública. Coach certificado por la ICF. Psicoterapeuta. Escritor y conferencista en liderazgo, coaching y vida familiar.
9 febrero 2021

¿Qué es educación?

Si definimos la educación como el resultado de nuestra experiencia en las escuelas y universidades, o como el entrenamiento que recibimos durante el tiempo en que participamos en un taller, curso o seminario, seguramente coincidiríamos con la mayoría de las definiciones modernas que la conceptualizan como sinónimo de “enseñanza”, que está ocupada fundamentalmente con la comunicación de la información.

Este es el modelo que ha venido funcionando en las escuelas, universidades e instituciones didácticas, y representa una herencia de la era industrial. Mi experiencia como padre de tres hijos y como docente universitario, me confirma este esquema. Nuestras instituciones educativas están orientadas a la “promoción y entrega de información”, lo cual no necesariamente apunta al proceso de educación. En realidad, la información impartida en el proceso de educación, es una preocupación secundaria. La educación en un proceso más integral y que abarca no sólo los requerimientos académicos que son necesarios, sino que incluye la formación del carácter como objetivo primario.

El sentido etimológico de la palabra educación nos proporciona luces sobre su significado más amplio. La raíz de la palabra educación tiene un doble significado:

  • Instruir, enseñar y alimentar
  •  Sacar, extraer 

Dos dimensiones de la educación

Las dos acepciones tienen sentido. Tanto la enseñanza: vaciado de conocimientos que realizan los padres, el docente, el facilitador o sistema de enseñanza para nutrir y enseñar, que equivale al proceso poner algo de afuera para incorporarlo al interior; como el aprendizaje: sacado de conocimientos, que equivale al proceso de desarrollo y expresión de las fuerzas internas, son parte de la educación.

En el proceso educativo, tanto en el mundo académico como en el mundo empresarial y de los negocios, como desde la educación familiar, es importante la consideración de ambas acepciones sobre la educación. Por una parte, es necesaria la calidad de los contenidos (programas, pensum) y de los docentes / facilitadores que instruyen. Y, por otra parte, es necesaria la movilización de las potencialidades y motivaciones internas, de la persona blanco de la enseñanza. La pregunta clave es ¿cómo llevar a cabo el proceso educativo de manera que se logren los dos objetivos?

Enfoque del sistema educativo actual

La práctica docente en muchos centros educativos, está restringida al vaciado de información por parte del docente / facilitador, convirtiendo al estudiante / participante en un receptor pasivo, responsabilizado mayormente por absorber información que el gurú o docente le comunica, sin relación alguna con el contexto de la persona, pero que ésta necesita “absorber o tragar”, por representar un requisito académico. 

Al respecto comenta Stephen K. McDowell y otros autores:

“No sólo deberíamos desparramar información y conocimiento en una persona, deberíamos también asegurarnos que entendemos y sabemos cómo aplicar prácticamente aquello que enseñamos. La educación no se ha dado hasta que los estudiantes empiezan a mostrar los resultados en la vida cotidiana”.

Por eso el proceso de educación necesita estar vinculado al contexto donde se producen los resultados.

El efecto esponja

Con frecuencia en el proceso educativo creamos el efecto esponja. Pruebe remojar una esponja en un recipiente lleno de agua, ¿qué ocurre al hacerlo? La esponja se llena (infla) de agua, pero ¿qué sucede al exprimir la esponja? Vuelve a quedar seca.

Así sucede muchas veces con los estudiantes / participantes en los colegios, universidades, centros de formación, en las propias empresas, y aun dentro del contexto del hogar, los llenamos (sumergimos) de información, convirtiéndolos en coleccionistas de datos, sin asegurarnos que entienden y saben cómo aplicar aquello que le enseñamos, y al poco tiempo esa información es borrada de su mente, ya que el énfasis está en la exigencia pasiva de memorizar contenidos con miras a ser evaluados.

Por decirlo de alguna manera, convertimos a las personas en coleccionistas de datos e información, que luego no logran aplicar en forma productiva a su realidad práctica y cotidiana. La educación no se puede limitar a la mera absorción de información; se refiere más bien al proceso de cómo desarrollar dominio y capacidad para cambiar nuestra realidad. Dice Peter Senge:

“El conocimiento no es sólo un almacén mental de datos y teorías acumuladas en la memoria, sino la capacidad de hacer algo con esa información”.

No nos hacemos dueños de los datos y la información, sino que nos hacemos capaces para cambiar nuestro entorno y para utilizar en forma productiva el conocimiento.

¿Qué es aprendizaje?

Porque aprender no es tener, sino ser. El aprendizaje debe concebirse como un proceso de transformación personal. Si el conocimiento e información no produce un cambio o transformación en nuestra manera de pensar (cambio incluso de paradigmas); cambio en nuestras emociones, actitudes, motivaciones; sino afecta nuestras destrezas y habilidades para el trabajo productivo; si no nos hace productores de conocimiento; si no afecta nuestro carácter empresarial; sino somos capaces de aplicar el conocimiento a muchas áreas nuevas, entonces, no hemos aprendido.

En palabras de Peter Senge:

“Aprender es aumentar la capacidad mediante experiencia ganada siguiendo una disciplina”. Según el propio Senge para los chinos aprender significa “dominio de la manera de mejorarse a sí mismo”.

Aprender se relaciona con el estudio y la práctica continua hasta dominar una disciplina específica. Este dominio no se logra a través de la simple abstracción intelectual. El aprendizaje es reflexión y a la vez acción. El biólogo H. Maturama lo expresa en forma magistral:

“Todo hacer es conocer y todo conocer es hacer”.  

El autor y consultor organizacional Stephen Covey dice: “Saber y no hacer, en realidad en no saber. Aprender y no practicar no es aprender. En otras palabras, comprender algo, pero no ponerlo en práctica, equivale a no comprenderlo. El conocimiento y la comprensión sólo se interiorizan haciendo, aplicando”. 

No hay mérito en acumular conocimiento como posesiones. El esfuerzo dirigido a adquirir conocimiento, si éste no se expresa en acciones específicas, tendentes a cambiar, moldear e influenciar la realidad circundante, es esfuerzo estéril. Acertadamente lo expresa Napoleón Hill: “El conocimiento que no se utiliza no es un factor de éxito”. O como bien lo expresó Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolivar: “Conocimiento sin aplicación es vana erudición”. 

El aprendizaje, pues, ocurre y es relevante para un contexto. No puede estar divorciado de la realidad cotidiana en que se producen los resultados (ejercicio profesional, desempeño laboral, vida comunitaria, entorno empresarial o familiar). Según Senge:

” El aprendizaje siempre ocurre en el tiempo y en la vida real, no en el salón de clase ni en sesiones de entrenamiento”. 

#aprendizaje #enseñanza #educación

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Arnoldo Arana

Doctorado en Consejería de la Universidad Rhema en Jacksonville, Florida – USA. Maestría en Gerencia de Empresa y Lcdo. en Contaduría Pública. Coach certificado por la ICF. Psicoterapeuta. Escritor y conferencista en liderazgo, coaching y vida familiar.

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