“Más allá de los contenidos están los procesos”. (Manuel Barroso)
La realidad (el mundo, las organizaciones, las personas) se guía por procesos. Detrás de los eventos, relaciones y desempeño (personal, organizacional y social) están los procesos. Debajo de la superficie de los sucesos que observamos transcurrir en la vida social, o de los comportamientos y actitudes que expresamos o identificamos en otras personas, se movilizan procesos.
Según Guillermo Feo proceso es:
“El devenir de cualquier fenómeno que se traduce en una transformación a lo largo del tiempo”.
Así los fenómenos en general implican una acción progresiva que los dirige hacia el cambio y la actualización. En este sentido, podemos entender por proceso al cambio que ocurre a través de una serie de acciones o eventos.
Esta definición aplica también a la vida humana. La vida del hombre es la manifestación de procesos subyacentes. Dice Paul Weiss: “La forma viviente ha de considerarse esencialmente como un indicador, o un indicio, de la dinámica de los procesos fundamentales subyacentes”. No se trata de estructuras rígidas, sino manifestaciones flexibles y, sin embargo, estables – de procesos subyacentes, con una organización propia y con interacción permanente entre ellos.
Qué son los procesos
El proceso denota una acción progresiva por medio de una serie de actos o eventos que producirán cambios, rápidos o lentos, pero que llevarán a una cosa nueva o mejorada. Observar los procesos de la naturaleza, ayuda a entender esta definición. La semilla, por ejemplo, tiene la potencialidad de convertirse en el árbol de donde provino, pero eso no se hace realidad en un instante; requiere que la semilla sea plantada en un lugar donde haya tierra, agua y sol. A través del tiempo y los diferentes cambios que se producen en ella, producto de la acción de circunstancias y eventos externos y su propia potencialidad de fertilidad, germinará y comenzará su proceso de crecimiento, y un día nos dará el fruto del cual ella salió, dando lugar así al ciclo de la vida.
Concienciando mis procesos
Nuestra efectividad personal depende en gran medida de nuestra capacidad para concienciar estos procesos que se movilizan debajo de la superficie, y que son la causa de nuestras conductas y actitudes observables. Es la parte del iceberg que permanece sumergida debajo del agua, que se mantiene oculta, pero cuya masa es enormemente más voluminosa que la parte que sobresale del agua.
En todo caso la masa oculta es la que determina el movimiento, el peso y el impacto que puede producir el iceberg. Esta metáfora se puede aplicar al ser humano. Debajo de la superficie observable de conductas y actitudes, están los procesos internos del hombre, que son los que determinan lo que se aprecia en la superficie: comportamientos y actitudes.
Más allá de lo observable como obvio, de las verbalizaciones, explicaciones racionales, suposiciones, justificaciones, fachadas y pantallas, está la verdad desnuda de los procesos, la verdad de lo que se moviliza de la piel hacia adentro: necesidades, emociones, sensaciones, vivencias.
Esta verdad, con frecuencia, es ajena a muchas personas, por la falta de contacto consigo mismo. En este agitado y complejo mundo la fuerza de los procesos del hombre pulsan por abrirse paso atravesando el tupido bosque de racionalizaciones, estereotipos y mapas introyectados, que actúan como barreras: mecanismos de evitación del contacto nutritivo con el entorno. En ocasiones la energía procesal generada por las necesidades que buscan ser satisfechas, choca contra las resistencias armadas por el organismo para evitar el contacto con el medio ambiente, fuente de recursos y oportunidades, por resultarle éste amenazante o por carecer el organismo de las competencias emocionales, cognitivas y conductuales suficientemente desarrolladas para establecer un contacto saludable y nutritivo.
Fluir con los procesos
Cuando los procesos no están fluyendo (estancamiento de la energía procesal) la persona (el organismo) acusa ese estancamiento, lo siente, y aparecen las señales de alarma: angustia, ansiedad, depresión, tensión muscular, perdida de flexibilidad corporal, etc., lo cual indica que el contacto con el entorno no está siendo efectivo, vale decir, que el contacto ha sido interrumpido, lo cual significa que la persona no está nutriéndose: haciendo contacto efectivo con el entorno y tomando de él lo necesario para la satisfacción de sus necesidades (seguridad, afecto, autorrealización, etc.).
La salud de los procesos determina el funcionamiento efectivo del organismo, ya que los procesos actúan como mecanismos organizadores de los recursos existentes: energía, predisposicón congénita, talentos, potencialidades, etc. Si no hay sanidad en nuestros procesos, hay un enorme derroche y desperdicio de los recursos con lo que contamos.
Dice Manuel Barroso que “los eventos son un lenguaje para el que sepa leer procesos”. Necesitamos, entonces, hacernos peritos expertos en el arte de leer nuestra propia realidad; entendidos en el lenguaje de nuestros propios procesos internos: necesidades, emociones, aprendizaje, percepción, competencias, etc., y de los procesos que subyacen debajo de los sucesos que ocurren en nuestro entorno ¿Cómo surgen? ¿Cómo se movilizan? ¿Qué los interrumpe? ¿Qué los potencia?
Si no entendemos su lenguaje permaneceremos inconcientes a lo que está ocurriendo con estos procesos, por lo que muchos de nuestros comportamientos y actitudes carecerán de congruencia y sentido, y probablemente no estén orientados a la satisfacción de nuestras necesidades. Dice Manuel Barroso: “Preocupa que estemos cultivando teorías y modelos para entender lo que sucede y fortalece los sistemas, y no entendamos la sabiduría de los procesos que conllevan los eventos”. Existe, pues, la necesidad de entender (metabolizar) los sucesos que nos acontecen cotidianamente, para captar el proceso que subyace debajo de ellos.
Los procesos tienen que ver con la forma como internamente nos organizamos para crear competencias con el fin de satisfacer necesidades
En este sentido, las necesidades actúan como disparadores de procesos, encaminados a la satisfacción de las mismas. Las necesidades disparan procesos que direccionan la acción. La necesidad denota carencia o exceso – desequilibrio – un requerimiento no satisfecho. Ahora el organismo por naturaleza busca restablecer el equilibrio. Las necesidades son fuerzas que movilizan al organismo hacia el equilibrio. El organismo, con miras a lograr la satisfacción de sus necesidades, dispara procesos fisiológicos y psicológicos que le direccionan y organizan para adquirir competencias: perceptuales, de aprendizaje, de organización. Dice Manuel Barroso:
“La necesidad determina la función, el aprendizaje y el crecimiento”.
En la medida que nuestras necesidades son satisfechas, nuestra potencialidad se libera; y el organismo se orienta al crecimiento y al desarrollo.
Desarrollando la habilidad de leer mis propios procesos
Adquirir competencias para leer nuestros propios procesos y los que están debajo de los eventos que observamos en el entorno, representa una poderosa herramienta para el desenvolvimiento sano del organismo y el aprovechamiento de los recursos disponibles en el medio ambiente. “El evento apunta hacia nuevas oportunidades” (Manuel Barroso); pero el que no sabe leer procesos percibe los eventos que acontecen como amenaza.
Pero si somos receptivos a escuchar la voz de nuestras emociones, si permanecemos atentos a su mensaje, sin hacer juicios ni valoraciones; si estamos abiertos a vivenciar como se expresan y movilizan nuestros talentos naturales; si permanecemos disponibles para movernos con el lenguaje de nuestro cuerpo con el fin de leer (escuchar, sentir, vivenciar) a través de nuestro lenguaje corporal (tono de voz, temperatura del cuerpo, flujo energético, pulsaciones, respiración) los procesos que subyacen debajo de la piel; si manifestamos apertura para atender y escuchar otras formas de enfocar la vida (paradigmas, creencias) y a nuestros propios pensamientos, para profundizar en la comprensión y entendimiento de nuestras propias opiniones y creencias y para ampliar los horizontes de nuestra mente; si estamos orientados a escuchar las poderosas fuerzas que movilizan nuestras necesidades y cómo estás nos empujan, entonces, seremos capaces de captar en forma consciente, el lenguaje con que se expresan nuestros procesos internos: motivación, aprendizaje, crecimiento, comunicación-contacto, autoestima, percepción, pensamiento, sentimiento.
Asimismo seres capaces de concienciar los mecanismos con los cuales saboteamos el curso natural de nuestros procesos: proyecciones, introyecciones, dicotomías, confluencias, etc.. Seremos también capaces de considerar, percibir y entender al hombre como parte de un campo mayor del que él forma parte: yo – ambiente.
La persona que aprende a leer sus propio procesos – su propia realidad, establece un contacto más efectivo con la realidad circundante, y desarrolla una visión más adaptada – profunda, contextualizada y dinámica – del medio ambiente, vale decir, desarrolla competencias para leer (comprender, concienciar) en los acontecimientos y circunstancias experienciados y observados, los procesos que subyacen debajo de la superficie.
Los procesos tienen su propio lenguaje y forma de expresarse
Hablan con su propia verdad, independientemente de nuestro esfuerzo por controlarlos, disfrazarlos, adulterarlos, camuflagearlos y disipar su fuerza e intensidad. Tarde o temprano los procesos emergen desde nuestras propias entrañas, redimidos por las propias necesidades insatisfechas que pulsan por expresarse. Dice Manuel Barroso: “Las cosas que suceden tienen sus propias verdades”.
Este lenguaje de los procesos puede parecerle extraño e indescifrable a aquel que tiene alienada su realidad interna, habituado al no contacto consigo mismo. Incapacitado para percibir / sentir: discriminar, concienciar, las propias necesidades. En este estado nuestras emociones evidencian el bloqueo de nuestros procesos; nuestro cuerpo acusa el rigor de su negación; nuestros comportamientos dejan constancia de su disfuncionalidad.
Sin respeto por nuestros procesos el camino que nos queda es el del esteriotipo, la pantalla, la incongruencia, la evasión, la alienación y la inautenticidad, y el resultado de esta forma de ser y estar en el mundo es el autómata que menciona Erich Fromm, “que no se conoce ni comprende a sí mismo, y que la única persona que conoce es la que se supone que es él, cuya verborrea sin sentido ha reemplazado el lenguaje comunicativo, cuya sonrisa sintética ha reemplazado la risa auténtica, y cuya sensación de oscura desesperación ha ocupado el lugar del dolor auténtico…”. Ese es el precio de no reconocer nuestros procesos internos y evitar el contacto con ellos: ser un extranjero en nuestro propio cuerpo, un extraño en nuestro propio mundo interior, una persona que ha extraviado su identidad.
Por el contrario, podemos optar por fluir con nuestros procesos, por hacer contacto con nuestra realidad interna, permitiéndonos vivenciar nuestras emociones y reconocer nuestras necesidades, fortaleciendo así la vida interior. En otras palabras, hacer de nuestros procesos nuestra verdad; comprometiéndonos con fidelidad y responsabilidad a vivir según la verdad de nuestros procesos.
Concienciando mi verdad
Mi verdad no es una creencia dogmática, no es una racionalización afirmativa repetida como un discurso, ni simplemente una definición construida con base a las verdades recibidas de otras personas, pero ajenas a mis necesidades; va más allá de una declaración retórica. “Mi verdad se convierte en verdad, se hace cierta por los acontecimientos” (Joseph L. Badaracco).
Nuestra verdad no es un concepto escrito en piedra; por el contrario, ese concepto se hace verdad o se confirma en el fluir de los procesos que subyacen detrás de nuestros comportamientos y actitudes; y evoluciona con nosotros, porque mi verdad es dinámica – es un proceso que se actualiza y contextualiza; cambia como consecuencia del contacto y la retroalimentación que tengo y realizo con el medio ambiente circundante. Es algo que vivo; es mi propia experiencia: mis necesidades, mis emociones, mi cuerpo. Fluyendo a través de mi experiencia es que construyo mi identidad y contacto mi realidad propia y externa. Como lo expresa Manuel Barroso:”Ser lo que uno es, es ser el poder de su propia experiencia”.
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