“Más allá de los contenidos están los procesos”. (Manuel Barroso)
Cuando no prevalece la verdad de los procesos – el contacto con la vida interior, la conciencia de las necesidades – el resultado es el estancamiento de nuestras funciones básicas, la inmadurez de nuestras emociones, la negación de la oportunidad al cambio, la inautenticidad de nuestras actitudes y comportamientos, la falta de congruencia de nuestros pensamientos, emociones y conductas, la insatisfacción de nuestras necesidades, la inefectividad en el desempeño personal, la ignorancia sobre la vida que se moviliza de la piel hacia adentro, la pérdida de la identidad y de la oportunidad para descubrir la verdad de lo que somos: la conciencia de mi experiencia en cada instante de mi existencia.
Fluir con la verdad de nuestros procesos requiere echar mano de la propia experiencia, para así vivir conciente de lo que está ocurriendo de la piel hacia adentro, porque tomar conciencia de nuestros procesos no es un simple entendimiento intelectual, porque los procesos no precisan de explicaciones racionales.
Comprender nuestros procesos, es vivir nuestra experiencia
Para algunas personas puede resultar paradójico, pero la única forma de comprender los procesos es experienciándolos, metiéndome en ellos, atreviéndome a vivir el dolor, el miedo, la rabia, la tristeza y la incertidumbre que los acompaña, sin la alternativa de la huida que me permite la racionalización. Al respecto comenta Manuel Barroso: “Metiéndome en mi dolor, llegaré a mi centro, a mi energía, a mi fuerza y congruencia y paz interna. Metiéndome en mi rabia llegaré a mi fuerza creativa, la que busca y encuentra alternativas y maneras de crear soluciones. Metiéndome en mi miedo, llegaré a mi valor y coraje para vivir”. Agrega Barroso:
“Los procesos hay que vivirlos, no están en los libros. Se viven y se aprenden, en diferentes contextos, desde el nacimiento”.
Con frecuencia saboteamos la expresión de nuestra realidad interna: emociones, necesidades, sensaciones, vivencias, recuerdos, porque el contacto con esa realidad nos resulta amenazante. Así, al sentir una emoción o vivencia que nos parece desagradable, como el miedo o la tristeza, pretendemos ignorarla o negarla; o recurrimos a la racionalización – verbalización de contenidos explicativos y “razonables” de lo que estamos experienciando -; pero esto sólo las aviva, y su negación constante las deforma dando lugar a sus formas patológicas (pánico, angustia, ansiedad, depresión), sin permitirnos el contacto auténtico con nuestra vida interior.
Enfocarnos en nuestros procesos, pues, demanda coraje y disposición a asumir riesgos, así como el asumir una actitud de responsabilidad frente a lo que nos revela nuestra propia realidad interna: lo que vivimos y sentimos, porque lo que está adentro – mi propia experiencia – está llena de dolor, de miedo, de ira, de soledad, de confusión, de caos.
El viaje hacia adentro
El viaje hacia adentro de nosotros mismos no es un paseo por un jardín tranquilo y apacible en un día soleado de verano, tampoco está exento de contratiempos e incomodidades. Es más bien un viaje de aventura hacia las entrañas de parajes escarpados, áridos desiertos y selvas tupidas donde la supervivencia es laboriosa.
Con frecuencia emprendemos este viaje cargados con exceso de equipaje, lo que nos impide hacer contacto con nuestra interioridad; cuando lo que necesitamos es iniciar este viaje desnudo de estereotipos, máscaras, justificaciones y explicaciones razonadas.
Este es un viaje improvisado, sin el uso de sofisticados instrumentos de navegación (teorías, modelos, mapas prestados, etc.); guiados sólo por la propia experiencia, los propios sentimientos y las propias necesidades en el aquí y el ahora, “sin el escape de lo racional que generaliza, normaliza, teoriza y distorsiona la experiencia concreta” (Manuel Barroso).
Concienciando nuestra experiencia
No hay otra opción para el crecimiento y la madurez que concienciar la propia experiencia, porque la verdadera y profunda transformación se instala desde adentro hacia fuera, desde la claridad de mis procesos personales, desde la conciencia de mi interioridad, desde el fortalecimiento de mi vida interior, y este aprendizaje no se lleva a cabo deduciéndolo – razonándolo – sino experienciándolo. Dice Manuel Barroso: “La conciencia de sí mismo, es la única fuerza capaz de producir dentro de nosotros mismos un crecimiento sustentable, más allá de los estrictamente material”.
¿Cómo tomar conciencia de nuestra propia experiencia?
La raíz del asunto radica en reconocer nuestras necesidades. Dice Manuel Barroso: “La necesidad es la última explicación de toda experiencia, de todo comportamiento”. Agrega Barroso:
“Todo cuanto sucede con un organismo vivo, está movido por una necesidad específica. No hay acción, no hay movimiento ni comportamiento que no esté relacionado con una necesidad”.
Los procesos tuenen que ver con la forma como internamente nos organizamos para crear competencias con el fin de satisfacer necesidades. En este sentido las necesidades actúan como disparadores de procesos, encaminados a la satisfacción de las mismas. Las necesidades disparan procesos que direccionan la acción. La necesidad denota carencia o exceso – desequilibrio – un requerimiento no satisfecho. Ahora el organismo por naturaleza busca restablecer el equilibrio. Las necesidades son, pues, fuerzas que movilizan al organismo hacia el equilibrio. El organismo, con miras a lograr la satisfacción de sus necesidades, dispara procesos fisiológicos y psicológicos que le direccionan y organizan para adquirir competencias: perceptuales, de aprendizaje, de organización, etc. Dice Manuel Barroso:
“La necesidad determina la función, el aprendizaje y el crecimiento”.
En la medida que nuestras necesidades son satisfechas, nuestra potencialidad se libera; y el organismo se orienta al crecimiento y al desarrollo.
Sin contacto con nuestras necesidades, nuestros procesos se estancan
Cuando no hay contacto con la necesidad, no hay energía – impulso, movilización -, y los procesos se estancan. Comenta Barroso:
“La fuerza se hace actual, cuando el individuo siente la necesidad, la concientiza, es decir, hace contacto consigo mismo y con el medio externo, en busca de satisfacción”.
Cuando hay conciencia de nuestras propias necesidades, los procesos fluyen y el contacto con el entorno es provechoso. Por el contrario, cuando posponemos, ignoramos o negamos nuestras necesidades, o vivimos con necesidades prestadas de otros, vale decir, vivimos según los sueños, expectativas, deseos y anhelos de otras personas, privilegiándolos sobre lo nuestro, o ateniéndome a la acción de otros para que mis necesidades sean atendidas, la vivencia propia se distorsiona, nos resulta extranjera, advenediza y ajena; nos conflictuamos, nos estancamos; perdemos la conciencia de quiénes somos. Dice Manuel Barroso:
“Las necesidades son propias del organismo. No hay necesidades prestadas. Cada quien tiene las suyas, son inalienables, intransferibles. Yo soy el único dueño de mis necesidades. Yo soy el único responsable de ellas. No me sirve que otro coma por mí, duerma por mí, descanse por mí”.
Cuando persiste la no conciencia de nuestras propias necesidades y, por consiguiente, la insatisfacción de éstas, la vida pierde propósito, la calidad de vida se empobrece, aún la salud se deteriora. En tal condición el crecimiento se estanca y, peor aún, la persona (el organismo) degrada todas sus funciones básicas; la persona se encamina hacia su desintegración.
Beneficios de fluir con nuestros procesos
Por el contrario, cuando una persona fluye con sus procesos, hay en ella, como dice Mihaly Csikszentmihalyi, “una fusión de acción y conciencia”. Hay, entonces, efectividad, eficiencia y creatividad en nuestro desempeño, porque las competencias fluyen con libertad y la acción es dirigida con coherencia y claridad hacia objetivos definidos. Hay enfoque y las prioridades son claras. Hay también responsabilidad por las elecciones hechas y sus consecuencias, porque se cuenta con la capacidad de elegir con libertad; nuestra capacidad de decisión y resolución aumentan. Se experimenta satisfacción, realización y felicidad por la vida que se vive, porque estamos conectados a la verdad de nuestros procesos, respetándolos, atendiéndolos, comprometiéndonos y responsabilizándonos por ellos. Hay crecimiento porque la persona está orientada a la satisfacción de sus necesidades, y su contacto con el entorno es nutritivo.
Cuando fluimos con la verdad de nuestros procesos, estamos centrados en la vida, por lo que:
- Los sueños afloran, con el consiguiente entusiasmo y vitalidad que ellos generan.
- La sensación de bienestar es más frecuente y duradera.
- La salud se optimiza. Nos sentimos más plenos y felices.
- Los logros se hacen más cotidianos al mejorar nuestro desempeño, como consecuencia de utilizar más concientemente nuestras competencias, talentos y habilidades.
- Somos más congruentes con nosotros mismos y, en consecuencia, las relaciones y contactos con otros, son más nutritivas y edificantes.
- Somos capaces de diferenciarnos, definiendo claramente límites con el entorno, lo que fortalece nuestra propia identidad.
- Nuestra autoestima se incrementa y expande.
- La vida se llena se sentido y propósito.
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