“Escuchar activamente se refiere a un proceso totalmente activo, puesto que en él aplicamos las principales facultades humanas: físicas, intelectuales y emocionales”. María del Socorro Fonseca
Escuchar, especialmente en un contexto tan personal e íntimo como las relaciones interpersonales, es un proceso total. Hay una frase que he acuñado para mí: Escuchar a la persona total desde la persona total.
Escuchar a nuestro interlocutor no sólo involucra a los oídos; también es importante escuchar con los ojos, para percibir el lenguaje no verbal del otro (a). Y no sólo escuchan los oídos y los ojos; escuchan también las manos. Las manos son fundamentales para sentir al otro. El toque de las manos es además una herramienta poderosa para percibir más profundamente al otro (temperatura, emociones involucradas, etcétera). Las manos son capaces de expresar cercanía o distanciamiento, aprobación o desaprobación. Los pies también escuchan. No es lo mismo unos pies tranquilos y plantados sobre el piso, que unos pies nerviosos y en posición de fuga, por estar apurados. También escuchamos con nuestras emociones (escuchar con el corazón). Nuestras emociones filtran el mensaje del otro. Escuchar desde el enojo, o el miedo, o la tristeza, o la rabia, es diferente que escuchar desde la tranquilidad, o la paz, o el placer. Las diferentes emociones que experimentamos y expresamos ante el mensaje de nuestro interlocutor, también representan una retroalimentación diferente. Necesitamos, pues, entender que todo el ser (cuerpo, siquis) escucha. Al respecto comenta María del Socorro Fonseca:
“Escuchar activamente se refiere a un proceso totalmente activo, puesto que en él aplicamos las principales facultades humanas: físicas, intelectuales y emocionales”.
Pero no sólo es importante escuchar desde la persona total que somos, sino también escuchar a la persona total que representa nuestro interlocutor. Escuchar requiere prestar atención a nuestro interlocutor, no sólo con respecto a las palabras que dice, sino también a la forma como lo dice (tono, ritmo, vacilación, pausas, silencio, etc.), además de la carga emotiva que subyace detrás de las palabras, sin excluir el lenguaje corporal que acompaña al mensaje (gestos, mirada, respiración, postura corporal, etc.).
La escucha total es un fuente efectiva de retroalimentación
Escuchar, como proceso total, no solo facilita entender el mensaje de nuestro interlocutor, sino también representa una extraordinaria retroalimentación para el que se expresa (emisor). Nuestra buena o mala actitud de escucha comunica en forma elocuente más allá de nuestras palabras.
Mostrar una buena disposición o no a escuchar al otro, es percibida / recibida por éste como un mensaje no verbal que expresa aceptación o rechazo, empatía o distanciamiento, aprobación o desaprobación, acuerdo o desacuerdo, interés o indiferencia.
El momento en que uno de los dos interlocutores que actúa como emisor se siente escuchado o no, es un momento crucial para la comunicación que sostienen, que puede producir un punto de inflexión importante. En ese punto la comunicación puede tomar una dirección hacia la comprensión, el entendimiento, la empatía y el acuerdo; o, por el contrario, tomar dirección hacia la desconexión, el conflicto y el distanciamiento.
La comunicación total es un proceso transformador
La comunicación efectiva implica movimiento; es un proceso dinámico y no estático. Tan importante es el mensaje (qué), como la forma cómo se transmite y recibe: cómo se expresa y cómo se escucha. Dar y recibir, expresar y escuchar, constituyen elementos que se influyen recíprocamente. Así, cuando nuestro interlocutor se siente escuchado, entonces la comunicación se convierte en un proceso transformador (motivador, nutridor) para ambas partes (emisor y receptor). La comunicación necesita ser entendida como un proceso transformador.
Mi comunicación afecta la conducta de mi interlocutor (receptor); quien con su retroalimentación consciente o inconsciente – verbal o no verbal, influye mi conducta (emisor) y, por consiguiente, la forma como continúo comunicándome, estableciéndose un ciclo de interacción positivo o negativo.
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