No vemos el mundo como es, sino como somos. El talmud
Nuestra forma de pensar ejerce una gran influencia en la forma como experimentamos la vida
Nuestros mapas, creencias y paradigmas – lo que creemos de las circunstancias, la gente, las experiencias – dan forma a nuestra manera característica de pensar, e influyen en la forma como percibimos y entendemos el mundo; afectan profundamente la forma como vivimos, nos relacionamos con el mundo, y gestionamos y enfrentamos la vida. Nuestros mapas, paradigmas y creencias afectan nuestras percepciones: la forma como captamos la realidad.
Nuestra percepción no es una fotografía estática
Procesamos el mundo como lo vemos.
Nuestra percepción de la realidad no es simplemente una fotografía estática que toma nuestro cerebro a través de nuestros sentidos; sino que esa fotografía se mezcla dentro de nosotros con las emociones que experimentamos en ese momento, con recuerdos, aprendizajes pasados, con la forma como nuestro cuerpo está en ese momento, etc.; y de toda esa mezcla surge nuestra percepción de la realidad que tenemos enfrente.
Esto implica un proceso, adentro del cerebro, de apropiarse y hacer suya la información que capta del mundo externo. Y en este proceso el cerebro le va añadiendo cosas, en el recorrido por sus partes (memoria, datos almacenados de aprendizajes y experiencias), transformando la información en algo diferente a lo que los sentidos captaron. Esto proceso de filtrado y lectura de la información externa, es, además, influenciado por las emociones que acompañan en el momento, el estado del cuerpo (estado hormonal, salud, respiración), etc. Es, entonces, que el cerebro hace una representación interna de la realidad.
Nuestras creencias son nuestros filtros de la realidad
Nuestra forma de percibir y reaccionar ante lo que acontece en el entorno está afectado por nuestras creencias, mapas y paradigmas. Interpretamos la realidad con base a nuestras creencias.
El psicólogo David Solá lo expresa de la siguiente manera:
“Nuestra forma de pensar tiene su propio soporte que la sustenta y condiciona; lo conocemos como nuestro sistema de creencias. Las creencias son las convicciones que determinan y regulan las pautas de pensamiento. Son ideas que tenemos sobre nosotros mismos, nuestra vida y nuestro mundo, sobre el pasado y el futuro, sobre lo tangible y lo intangible. Estas ideas actúan creando suposiciones, sesgos y prejuicios que determinan en muchas ocasiones la forma de sentir y pensar, condicionando las actitudes y las decisiones”.
Muchas de nuestras decisiones diarias están basadas, pues, en informaciones que ya han sido almacenadas como «verdades», pero en realidad son una combinación de aprendizaje de datos recibidos en el contexto familiar, aprendizajes codificados a lo largo de nuestra vida; experiencias de hechos pasados e información que leemos, escuchamos y vemos en la televisión y el internet. Lo cierto es que nuestros mapas, paradigmas y creencias determinan lo que percibo, basados en que mis creencias son la verdad.
Nuestros mapas, paradigmas y creencias actúan como verdades a priori
Estos mapas, paradigmas y creencias actúan en nosotros como verdades a priori o dogmas, que raramente cuestionamos en su validez. Como lo expresa el psicólogo Daniel Gil’Adi:
“Tenemos la tendencia a generar creencias que se autorrefuerzan y no se cuestionan. Basamos nuestros modelos en conclusiones que provienen de la información que observamos y filtramos, según nuestras experiencias pasadas, de la educación y, en general, de nuestra interacción con nuestro entorno”.
Estos filtros mentales se forman a través de nuestras experiencias y aprendizajes desde que nacemos, en nuestros contextos de vida: hogar, escuela, comunidad, cultura en general. Luego estos marcos de referencia o mapas mentales profundamente arraigados se convierten en automatismos, hasta el punto de pasar al inconsciente, por fuera de la zona de conciencia, por lo que no son discriminados, actualizados, ni mejorados.
Además, no hemos cultivado el hábito de cuestionar la validez de nuestros mapas, paradigmas y creencias. Simplemente, asumimos que son la verdad, que nuestras creencias obedecen a la realidad, y que no necesitan explicación. Son evidentes, son obvios y, por lo tanto, no admiten discusión ni cuestionamientos. Tenemos la tendencia, pues, a generar creencias que se auto-refuerzan y no se cuestionan. Como decía Adam Smith: “…Estando en medio del paradigma, es difícil imaginar otro…”. Al respecto decía también Albert Einstein: “Es más difícil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Necesitamos, entonces, ser conscientes de que en nuestros mapas y paradigmas haya mucho de prejuicios, verdades dogmáticas, sesgos y distorsiones de pensamiento, que nos impiden percibir adecuadamente la realidad.
El mapa no es el territorio
Lo cierto es que como dice Korzybski:
“Cada quien tiene su forma de ver el mundo, desde su propio marco de referencia”.
En PNL hay un dicho que dice: “el mapa no es la realidad, el mapa es sólo una representación del territorio”. Nuestros mapas son una explicación de ciertos aspectos del territorio (la realidad), y como tal esa representación puede describir el territorio adecuadamente o erróneamente. Nuestras creencias, mapas y paradigmas son sólo una representación de la realidad (del territorio), pero no el territorio en sí mismo.
Nuestras creencias no son la realidad
La realidad es mucho más compleja, vasta y dinámica de lo que percibimos en un momento determinado. Sólo logramos captar una parte de la realidad. Así es posible afirmar que el mundo perceptible es siempre más rico que el modelo que se tiene de él. Además, no somos omnipresentes, ni omniscientes, ni podemos controlar ni percibir todo lo que está en el entorno, pues nuestro cerebro tiene sus limitaciones, y la realidad es demasiado grande para la capacidad de nuestro cerebro para captarla en su amplitud.
De hecho, nuestro cerebro no es capaz de percibir ni procesar toda la gran cantidad de estímulos que le rodean y se ve obligado a elegir basado en lo que ya está almacenado en él. Así que, tiene que filtrar y elegir forzosamente la realidad para elegir una pequeña parte de toda la vastedad de información que se encuentra disponible, y con esa parte de información crearse una idea aproximada del mundo, como una forma de pronóstico de lo qué es la realidad. Para tal fin, usa criterios basados en la información ya almacenada. Este proceso es diferente y único para cada persona, porque “cada cabeza es un mundo”. Y hay tantos mundos como personas habitando en él. Lo que quiere decir que cada persona utiliza criterios diferentes para filtrar y elegir con que se queda. Por eso el biólogo Humberto Maturana decía que “vivimos en mundos interpretativos”.
El cerebro es un gran ahorrador de energía
Este hecho se refuerza por el carácter ahorrativo con que opera el cerebro. El cerebro es un gran ahorrador de energía, de allí su tendencia a construir hábitos. El cerebro es un tacaño cognitivo, quizás por ser el órgano vital que más energía consume. Por otra parte, el cerebro busca certezas, por eso es capaz de hacer atribuciones o interpretaciones, por un asunto de economía de recursos, sobre lo que está en el entorno, para que encaje con el patrón previo o información almacenada, sin importarle sin son verdaderas o falsas. El cerebro prioriza lo conocido, lo predecible, porque esa es su forma de ahorrar energía.
Damos forma al mundo en función de nuestros mapas, paradigmas y creencias
Nuestros datos de la realidad son limitados, por mucha información que creamos manejar. Nuestra percepción es sólo un pedazo de la realidad, la cual a menudo filtramos de manera sesgada por nuestros filtros: emociones, ideologías, cosmovisiones, aprendizajes, estados de ánimo, estado de nuestro cuerpo, e inclusive prejuicios y dogmas.
Nuestras creencias y mapas de la realidad son, pues, los que dan significado a nuestras experiencias y, por lo tanto, los que determinan nuestro comportamiento. Por ende, no es la realidad en sí la que nos limita o nos faculta, sino más bien nuestros mapas de la realidad. En consecuencia, necesitamos una buena dosis de prudencia y humildad al aproximarnos a la realidad, describirla y conceptualizarla.
Podemos decir que ningún mapa, paradigma, creencia refleja al mundo en una forma completa y exacta; son por sí mismos incompletos, pues representan una visión o ángulo de cómo es la realidad: una opinión, un juicio de valor. Son una valoración subjetiva de la vida, un punto de vista. Por eso necesitamos revisar nuestra forma de pensar: mapas, paradigmas, creencias, para evaluar si se ajustan a la realidad.
El cuerpo como fuente de información para entender nuestras percepciones
En este proceso el cuerpo es una fuente importante para entender nuestras percepciones del mundo. Eso es así porque el cuerpo sabe lo que la mente todavía no se ha dado cuenta. El cuerpo es un marcador somático extraordinario, por eso el estado del cuerpo (cómo están funcionando nuestras hormonas, cómo es el estado de nuestra salud, cómo estamos respirando, qué comimos, cómo dormimos, etc.), se convierte es un importante filtro que transmite información al cerebro para que este haga su pronóstico. De allí la importancia de la conciencia corporal (escuchar al cuerpo) como base para entender nuestras percepciones del entorno. El cuerpo habla, si no nos hacemos sordos a él.
En este sentido, el cuerpo puede ser una vía más rápida que los propios pensamientos, para la conciencia personal y para entender cómo se forman nuestras percepciones. Las sensaciones del cuerpo son los potenciales preparatorios de la percepción. Así que, si tomo conciencia de mi cuerpo, puedo anticiparme a las emociones y a los pensamientos. Conocer mi cuerpo me lleva a conocer mi mente. Conocer mi propio cuerpo me acerca a mi mente, dice la neurocientifica Nazaret Castellanos. Conviene, entonces, poner menos atención en los recursos mentales, y más en el cuerpo como fuente de información.
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