Las emociones como respuesta aprendida

Arnoldo Arana

Doctorado en Consejería de la Universidad Rhema en Jacksonville, Florida – USA. Maestría en Gerencia de Empresa y Lcdo. en Contaduría Pública. Coach certificado por la ICF. Psicoterapeuta. Escritor y conferencista en liderazgo, coaching y vida familiar.
11 abril 2020

La respuesta emocional es una forma aprendida en nuestros contextos primarios de formación. Esto hace que ante un estímulo emocional (externo o interno), respondamos con un determinado patrón.

Las emociones pueden expresarse como una respuesta aprendida

Si bien las emociones son universales, de base instintiva, y surgen o emergen en forma espontánea, ante un estímulo, evento o circunstancia del entorno, su expresión: su forma, modalidad, intensidad y acompañamiento del lenguaje no verbal, puede expresarse como una respuesta aprendida y, en muchos casos, carente de novedad, en forma inauténtica y sin alineación y contextualización con las necesidades presentes y la situación actual vivida.

Cada persona tiene una forma única de expresar sus emociones, en función de sus aprendizajes e historia de vida. Cada uno de nosotros aprende a gestionar sus emociones de manera diferente.

Las emociones pueden convertirse en una respuesta condicionada

Las emociones pueden llegar a convertirse en una respuesta condicionada que se traduce en una respuesta automática, según los aprendizajes anclados o percepciones codificadas en la infancia, y no necesariamente según la necesidad o requerimientos del momento. Así, ante la presencia de determinados disparadores, tales como figuras de autoridad, recuerdos de la infancia, situaciones de estrés, experiencias traumáticas, recuerdos de eventos desagradables o agradables vividos, etc., la persona puede reaccionar emocionalmente de una manera condicionada. La cantidad de disparadores de emoción internos y externos son inagotables.

Las emociones no sólo tienen un patrón aprendido en cuanto a su expresión, sino que además son disparadas por distintos estímulos o detonadores, dependiendo de los aprendizajes y experiencias de vida de cada persona, y de cómo interpreta los estímulos externos que percibe.

Resulta útil, pues, para tener una mayor comprensión de este tema del manejo emocional, observar cómo se forman en el niño las percepciones.

Formación de las percepciones en el niño

La experiencia vital del niño es de naturaleza emocional (el niño no tiene cogniciones en el sentido de un adulto), y muy vinculada a la satisfacción o no de las necesidades. Su experiencia está muy asociada al despertar de su sensorialidad, a todo lo que puede captar a través de los sentidos.

El intercambio comunicacional del niño con el mundo transcurre entre sus esfuerzos primitivos para satisfacer sus necesidades, y los obstáculos o facilidades con los que el medio las satisface o no.

Si el medio ayuda a la satisfacción de las necesidades, el niño experimenta bienestar; si el medio pone obstáculos, el niño experimenta malestar. De esta forma, el niño comienza muy tempranamente a desarrollar mapas y percepciones del mundo, de acuerdo a los contextos de experiencias y aprendizajes en que se ve envuelto.

Las emociones en el niño son una capacidad para interactuar con su entorno

Las emociones son una capacidad del niño para identificar a que acercarse y a que alejarse. Se aleja de lo que le produce malestar y se acerca a lo que le produce bienestar.

En ese proceso paulatinamente “el niño va estableciendo conexiones entre aquellas emociones y la asignación de juicios valorativos que dan un significado, tanto a la emoción en sí misma, como a la situación específica que está viviendo” (Guillermo Feo).  En realidad lo que el niño hace con este proceso es construir sus mapas emocionales. Esto es muy importante para entender el comportamiento emocional de un adulto.

Tomemos, por ejemplo, una emoción como el enojo. Si el niño observa que cada vez que aparece el enojo en sus padres, éste va acompañado de violencia, el niño puede asociar enojo con violencia. En este caso, los padres modelaron una forma de manejar el enojo, que el niño aprendió como forma de ser y estar en el mundo.

Luego de adulto, cuando esta persona experimenta rabia, puede direccionar o expresar su ira a través de la violencia. O si el niño nació en un hogar donde los gritos y las peleas eran un hecho cotidiano, puede expresar el enojo o la alegría con gritos.

Los afectos influyen la construcción de la percepción

Desde muy niños los afectos comienzan a ejercer efectos sobre la percepción de la realidad, de forma tal que las sensaciones o emocionalidad que el niño asocia positivamente, tales como ternura, agrado, etc.; o, negativamente, como enojo, rechazo, etc., son asociadas con un juicio valorativo. Estas percepciones son codificadas (ancladas) para servir de guía para reaccionar ante situaciones específicas, según la categorización hecha de los sentimientos: positivos o negativos.

Las percepciones se automatizan

El asunto es que estos aprendizajes, como dice Manuel Barroso, “se convierten en automáticos, hasta el punto de pasar al inconsciente, y todas las experiencias y percepciones también se automatizan y como no permanecen en la conciencia, con el paso del tiempo, no son discriminados”.

Por eso a veces, nos cuenta ver y entender nuestras propias expresiones emocionales.

Luego cuando la persona se encuentra ante determinadas situaciones, reacciona emocionalmente en forma automática, según esos aprendizajes anclados o percepciones codificadas en su infancia, y no necesariamente según la necesidad o requerimientos del momento. La persona, entonces, tiende a expresar con libertad aquellos sentimientos que tiene categorizados como positivos, y a reprimir aquellos sentimientos categorizados como negativos.

Aprendemos como apropiadas o inapropiadas ciertas reacciones y formas de expresar las emociones. Adquirimos nuestro repertorio emocional de manera similar a como aprendemos las palabras.

Buena parte de desarrollar una gestión emocional saludable y ecológica, que redunde en bienestar personal, tiene que ver con aprender a desaprender formas de expresión emocional inadecuadas y descontextualizadas.

Seguramente podemos rastrear en nuestra historia de vida, con nuestras experiencias y aprendizajes codificados, la forma cómo expresamos típicamente, como patrón, algunas emociones. Tomar conciencia de esos patrones y detonadores, nos brinda la flexibilidad de modificar nuestra respuesta emocional, si consideramos que nos es provechosa y efectiva.

Para reflexionar:

  • ¿Tienes conciencia de algunos de los disparadores de tus emociones?
  • ¿Qué cambios crees que necesitas hacer en cuanto a la expresión de algunas de tus emociones?
  • ¿Cuán dispuesto y motivado estás para revertir el patrón de respuesta emocional aprendido, vale decir, desaprender las formas de expresión no efectivas, para reaprender una forma más equilibrada y saludable?
  • ¿Cómo crees que puedes aplicar este conocimiento para enriquecer tu vida personal y potencias tu capacidad de aprendizaje?

Nos gustaría conocer tu opinión sobre este tema. Si quieres compartir tus comentarios, eres bienvenido.

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