“El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”. Montaigne.
Hoy en día muchos de los procesos educativos y de capacitación tienen una orientación a lo puramente académico y técnico, haciendo énfasis en el manejo de la información, más que en su aplicación, y menos aún en la formación del carácter de la persona.
La consecuencia de esa orientación es, por un lado, la descontextualización el conocimiento adquirido, y, por otro lado, la construcción deficiente del carácter.
Educar es formar el carácter
Educar es instruir, no es simplemente desparramar información en la persona. Es como dice Manual Barroso:
“Sacar de la interioridad orgánica y emocional del niño, la persona que está contenida”.
A su vez, Fernando Savater dice que educar es llegar a ser humano. Y es que el contenido de la enseñanza debe favorecer el desarrollo de la personalidad, y las competencias para la vida efectiva. El desempeño productivo y el desempeño ciudadano requieren el desarrollo de una serie de capacidades… que no se forman ni espontáneamente, ni a través de la mera adquisición de informaciones o conocimientos. No sólo de debe formar el núcleo básico del desarrollo cognitivo, sino también el núcleo básico de la personalidad.
La educación debe ser no sólo una preparación para la vida laboral, sino también y, sobre todo, para la vida en sociedad – comunidad, para la vida efectiva, para la vida familiar, para la vida en democracia. “Educar es formar ciudadanos, no empleados” (Fernando Savater).
Al respecto vale la pena mencionar la definición que utiliza Noab Webster sobre lo que es educación. En su diccionario original de 1628 establece que el proceso educativo debe contener como mínimo cuatro metas: La educación comprende toda serie de instrucción y disciplina que intenta:
1) Instruir el entendimiento.
2) Corregir el temperamento.
3) Formar las maneras y hábitos de los niños, y
4) Formarlos para ser útiles en situaciones futuras.
Podemos ver, a través de ésta definición, que educación tiene que ver principalmente con el hombre interior cuyo carácter está siendo formado.
La educación del carácter no es muy popular
La educación para el desarrollo del carácter no es muy popular. Esto tiene que ver mucho con los valores de la sociedad actual, impregnada culturalmente por rasgos hedonistas, utilitarios y donde abunda la superficialidad y la decadencia, la búsqueda del placer como actividad central en la vida, el énfasis en lo sensual, el culto al ego, el afán por la riqueza y acumulación de posesiones materiales, el cultivo de la imagen externa, el entretenimiento como estilo de vida, el apogeo del narcisismo como un hecho central de la cultura que promueve la auto-exhaltación, la relatividad y superficialidad de los valores, la construcción de vínculos temporales y frágiles, la gratificación inmediata, la implementación de recetas instantáneas para el desarrollo personal, la tendencia a lo pragmático (obsesión por lo inmediato). En una sociedad con estas características puede sonar pasada de moda y obsoleta la educación para el desarrollo del carácter.
Carácter vs fachada
Vivimos en una sociedad enfocada en la fachada, que busca más la grandeza secundaria (énfasis en la expresión y formas externas: imagen, carisma, cambios cosméticos, recetas rápidas y fáciles de implementar) que en la grandeza primaria (transformación del carácter: desarrollos de virtudes, madurez emocional, construcción de hábitos saludables y de efectividad personal, edificación de una autoestima saludable); y en donde abunda la falsa creencia de la superioridad de las formas sobre el fondo, de la imagen sobre el carácter, de lo urgente sobre lo importante, de lo superficial sobre lo profundo, de la apariencia sobre la realidad, de lo inmediato y fugaz sobre lo permanente y de largo plazo.
¿Para qué educar el carácter? ¡Eso está pasado de moda!
Es por eso que el paradigma del desarrollo del carácter resulta pesado e impensable para mucha gente; luce como largo y laborioso, además de anticuado; pero el camino más corto y fácil no, generalmente, es el más exitoso ni el más saludable. Los resultados de corrupción, violación del sentido ético y falta de integridad, desenfreno, falta de asunción de responsabilidad y compromiso de muchas organizaciones y personas, demuestran que la educación para el desarrollo del carácter, tiene gran vigencia en el día de hoy, para hacer lo correcto, para desarrollar organizaciones y personas estables y saludables, con sentido ético y guiada por valores, y para construir hábitos de efectividad personal y organizacional.
De la mano del desarrollo del carácter es que se acompañan los cambios de actitudes, comportamientos y hábitos saludables y efectivos.
¡Eso del carácter es algo pasado de moda! ¡Es retrógrado!
Cultivar el carácter puede parecer una elección forzada, propia de gente estoica, pero cuando la asumimos nos quitamos una gran carga de encima, porque ganamos claridad en lo que necesitamos hacer en cada momento de nuestra vida; aprendemos a tomar decisiones sabias, actuamos con congruencia, nos sentimos coherentes y somos efectivos en lo que hacemos.
Por su puesto, por su propia naturaleza, la educación para el desarrollo del carácter, no se obtiene a través de recetas rápidas y fáciles de preparar (cursos, entrenamientos, técnicas). Exige dedicación y enfoque, disciplina, intencionalidad, claridad, compromiso, responsabilidad y conciencia.
La conclusión final es que hace falta un énfasis en trabajar y cultivar el carácter – educación para el desarrollo del carácter – que implica, por un lado, la identificación y alineación de las conductas a un sistema de valores virtuoso, que apunta al desarrollo de un buen carácter (conocer el bien y hacer el bien – sentido ético), pero integra también la dimensión de la excelencia: habilidades y hábitos para el desempeño eficaz.
Ethos: expresión griega de lo que significa carácter
Nos referimos con esto a lo que los antiguos griegos designaban como carácter con la palabra ethos, de donde deriva la palabra ética, que era la ciencia del carácter bueno. Ethos significa carácter, pero no en el sentido de talante, sino en el sentido de “modo adquirido por hábito», lo que significa que el carácter se logra mediante el hábito y no por naturaleza. Dichos hábitos nacen «por repetición de actos iguales«. A esto José Antonio Marina lo llama personalidad aprendida. Esto apunta al carácter no sólo como modo de ser, sino también como modo de hacer.
En palabras de José Antonio Marina, el carácter es:
El conjunto de las virtudes de una persona, su personalidad aprendida, el compendio de recursos intelectuales, emocionales y operativos que una persona atesora.
Alineado a esta cosmovisión, vale la pena resaltar que el mundo anglosajón traduce “virtud” por “strength” (fortaleza). Y la educación del carácter es, según Hernández – Sampelayo:
“La educación del carácter consiste en el desarrollo de los hábitos de la mente, del corazón y de la actuación que capacitan a la persona para desarrollarse plenamente, es decir, usar su tiempo, talento y energía bien, llegar a ser lo mejor que pueda ser”.
Esto conlleva a que la persona crezca de manera consciente, coherente, responsable e integral en todo su potencial, con énfasis desde adentro.
En línea con lo dicho en el párrafo anterior, el educador y psicólogo Tomás Lickona define el carácter como el conjunto de valores operativos, valores en acción, vale decir, valores convertidos en virtudes o disposiciones internas (hábitos – potencia para actuar).
La educación del carácter está ligada al cultivo de las virtudes y las fortalezas del carácter
La educación del carácter es, entonces, el fomento, el desarrollo y la práctica de las fortalezas humanas para la excelencia. Es decir, el conjunto de hábitos que favorecen la excelencia. Lo que subraya su fuerza, energía, competencia y destreza, y no sólo su sentido moralizante. El énfasis está puesto sobre el entrenamiento del carácter. No se trata de simple educación por valores, que por demás es necesaria desde el punto de vista de la construcción ética-moral que representa el soporte filosófico y ético de las virtudes. En todo caso, se requiere de una educación por valores para evitar la crisis de valores, y no caer en el relativismo moral.
Se requiere entender, pues, como lo expresa José Antonio Marina, que las virtudes son estructuras psicológicas dirigidas por valores éticos que las impulsan a la acción. En este sentido, el filósofo Platón distinguía entre las virtudes del conocimiento: pensar bien, crear, argumentar; y las virtudes de la acción: las encargadas de guiarnos hacia un comportamiento excelente.
Este tipo de educación nos ayuda a comprendernos mejor, lograr dominio de nosotros mismos, saber actuar libre, responsable, eficaz y éticamente.
Este proceso supone el desarrollo de virtudes y fortalezas, para facilitar el desarrollo de nuestra potencialidad, sacar lo mejor de nosotros, gestionarnos y desempeñarnos con efectividad y desarrollar la capacidad para el liderazgo. El resultado de este proceso son comportamientos saludables, crecimiento personal, inteligencia emocional, efectividad y congruencia personal, actitudes prosociales y cívicas, y juicio moral.
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