“Instruye (enseña) al niño en su camino (carrera); y aún cuando sea viejo, no se apartará de él” (Proverbios 22: 6).
Un tiempo limitado para influir en lo esencial
Según este proverbio debe ser una aspiración de los padres, el dejar un legado e influencia duraderos en los hijos. “…y aún cuando sea viejo, no se apartará de él (del camino en el que se le instruyó)”. Pero el tiempo de que se dispone para generar ese impacto definidor, profundo y duradero es corto. Dicen los especialistas de diversas ramas del comportamiento humano, que el carácter de un individuo, meta del proceso educativo de los padres, en sus aspectos más primarios y fundamentales, se instala / forma en los nueve primeros años (algunos lo extienden hasta los doce años).
Otro significado de instruir es dedicar o estrenar, por lo que el versículo pudiera traducirse “dedica los primeros pasos al niño en el camino recto”, porque es el tiempo – la primera etapa – cuando el niño está aprendiendo las primeras cosas de la vida; es el tiempo oportuno en que la influencia de los padres como criadores es más fuerte y decisiva. Es un tiempo de oportunidad. Y lo que se grave en esa etapa, forma una parte imborrable del ser del niño.
En ese tiempo perentorio los padres tienen el hermoso trabajo y la responsabilidad de contribuir a la formación de la personalidad de sus hijos; de su cosmovisión, su marco conceptual y cultural de referencia (valores, creencias, paradigmas), que da lugar a su filosofía de vida; a sus definiciones personales – quién soy, de dónde vengo, a dónde voy -; así como la forma de contactarse consigo mismo y con otros; el manejo de las diferencias, las actitudes y comportamientos de efectividad y los mapas de éxito.
El proceso de edificar la casa (personalidad)
¿Por qué el énfasis de instruir a nuestros hijos mientras sean niños?
Porque pasado ese tiempo crucial – esa ventana de oportunidad – la posibilidad de generar una influencia decisiva y trascendental, disminuye (no desaparece) en forma importante. Y recordemos es más fácil y efectivo formar que reformar. En ese sentido, me gusta comparar el desarrollo y ciclo de vida de un individuo, con el proceso que se da con una casa.
Metáfora de la casa
El proceso de formación de las competencias básicas de un individuo para la vida laboral, social y organizacional, se forja, pues, a través de la vida de familia (sobre todo en los primeros años de vida) – sistemas de relaciones parentales y fraternales -, y se puede comparar al proceso de edificación de una casa. La familia pone los cimientos: valores o anti valores, acceso a la conciencia de sí mismo (necesidades) o negación de las propias necesidades, orientación sana y funcional o neurótica. Ahora, los cimientos no experimentan muchos cambios radicales a lo largo de la vida.
Las partes de la casa sobreedificadas a partir de los cimientos que constituyen la vida en familia, sobre todo las visibles (conductas, actitudes), pueden experimentar muchos cambios, como cuando se le añade a la casa una habitación o se pinta o se arboriza; pero los cimientos (carácter, gestión emocional) aún siguen intactos; así ocurre con las personas.
Serie: El hogar: Centro de capacitación de las personas efectivas – Parte III
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