A mucha gente le gusta moverse en ambientes conocidos y predecibles: estables, sin sobresaltos; navegar en aguas calmadas.
En general, tenemos baja tolerancia a la ambigüedad e incertidumbre que muchas veces acompaña los procesos de cambio. El cambio tiende a ser en ocasiones volátil e impredecible. Y manejar lo impredecible es algo a lo que no estamos acostumbrados y, en muchos casos, preparados. De allí la nostalgia por los tiempos pasados y las constantes fijas.
El pasado fue mejor que el presente
¡Antes las cosas eran mejores!!No hay como los viejos tiempos! Estas frases evocan un supuesto “pasado mejor”. Pero el sabio rey Salomón nos dice: “Nunca preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor. No es sabio hacer tales preguntas” (Eclesiastés 7:10).
Estas comparaciones no son, en muchos casos, fidedignas, ni justas. La mayoría de las veces se plantean sobre una base puramente emocional. En todo caso, pasado y presente son contextos diferentes.
Muchas de las huidas al pasado no son más que un intento de refugiarse en “una realidad supuestamente conocida”. Las personas que viven ancladas en el pasado evaden la realidad presente. Vivir en el pasado nos impide valorar el presente y proyectarnos al futuro, porque nos mantiene amarrados a situaciones, eventos y personas del pasado, que ya no forman parte de la realidad actual. Pero con base al descontento de la realidad actual, a la cual se mira con prejuicio, se mira el pasado como su hubiera sido “un tiempo de rosas”.
Muchas veces, detrás de la añoranza del pasado, se esconde la inhabilidad para afrontar el presente.
Lo cierto es que no podemos revivir el pasado. La acción sabía es aprender lo que haya que aprender del pasado, tomar lo que sea nutritivo del pasado, y seguir adelante enfocados en el presente; porque añorar y evocar constantemente el pasado, es como conducir hacia adelante, mirando por los retrovisores del vehículo.
¡Esta receta funcionaba muy bien en el pasado!
En décadas pasadas bastaba con aprender las lecciones que estaban fijas para conocerlas y aplicarlas a condiciones semejantes con resultados bastantes predecibles. ¡Pero, como han cambiado las cosas! La tecnología, las necesidades de la población y la complejidad de las estructuras sociales, hace que el conocimiento de hoy caduque a muy corto plazo; muchos de lo que sabemos hoy, será obsoleto en el corto plazo.
Las personas ancladas en el pasado tratan de resolver los desafíos presentes o enfrentar las circunstancias actuales, basados en las “buenas viejas recetas del pasado”. Pero necesitamos evitar la nostalgia de las constantes fijas y predecibles. Esto resta creatividad, flexibilidad y capacidad de adaptación.
Para avanzar se necesita renunciar a lo mejor y a lo peor que tiene el pasado.
La capacidad de aprender a aprender
En esta época de cambios rápidos y complejos, tal vez la competencia más útil que necesitamos desarrollar en la capacidad de aprender a aprender, vale decir, mantenernos aprendiendo, evolucionando, contextualizándose, cambiando, revisando la vigencia y pertinencia de nuestros paradigmas, manteniéndonos flexibles y abiertos al cambio.
En otras palabras, necesitamos mantenernos creciendo. “La necesidad de cambio es la necesidad del crecimiento”. No cambiar es no crecer. Resistirse al cambio es resistirse al crecimiento”.
Añoramos los días más sencillos, estacionarios y predecibles del pasado; pero esos días ya no volverán, porque el mundo está cambiado en forma vertiginosa, compleja, impredecible, turbulenta y a una velocidad que da vértigo. El cambio constante y acelerado llegó para instalarse.
Para reflexionar:
- ¿Sientes nostalgia por los tiempos predecibles y estacionarios del pasado?
- ¿Te enfrentas hoy a los retos de la realidad (compleja y cambiante) con las viejas recetas aprendidas, aun cuando no brinden hoy soluciones efectivas?
- ¿Padeces del síndrome de la nostalgia del pasado?
- ¿Cuán dispuesto estás para fluir con el ritmo de los tiempos en que vivimos?
- ¿Estas abierto a recibir los cambios en los hijos, trabajo, mercado, sociedad, empresas?
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