Piensa rápido, habla despacio. Uno de los problemas que tienen las personas que piensan rápido y que actúan muy rápido, es… que hablan muy rápido. A estas personas les resulta difícil gestionar la velocidad, ya que piensan que es algo positivo, pero es la velocidad quien les gestiona a ellos. Esto genera tensión y estrés en el ambiente. Se respira algo forzado. Como oyentes, nos vemos obligados, atrapados en nuestras sillas, a entender muy rápido, y nos gustaría hasta poder movernos para sacudirnos las prisas, que no son nuestras. Como interlocutores, nos vemos forzados a escuchar, no podemos intervenir, sentimos que están tomando por la fuerza algo nuestro, nuestro tiempo y nuestra atención (Nuria Moreno).
Hablar es fácil, sale espontáneamente. Pero hablar no es barato, es una acción muy costosa por el impacto que puede producir. Lo difícil es que las palabras cuenten: generen conexión con nuestro interlocutor, edifiquen al otro, le agreguen valor, comuniquen efectivamente. El objetivo de la comunicación no es tanto aportar información como generar conexión.
Hay gente muy verborrea que no para de hablar; andan aceleradas, y eso no sólo se observa en su hablar sino también en todo su hacer: trabajar, comer, relacionarse, alcanzar cosas, etc. La persona anda como en automático… se precipita, se vuelca en exceso. Pero hablar a toda velocidad, es forzar las cosas, igual que vivir a toda velocidad. Es lo mismo.
La persona en este estado, no se da cuenta de que no es su alma, silenciada, quien dicta esto, sino su ego. Pues el lenguaje con nuestra alma surge de nuestra conexión interior, y esta solo es posible si hay espacio y silencio (Nuria Moreno).
Hablando conectados con nuestro interior
El lenguaje congruente con lo que somos, que a su vez es la expresión que resulta relevante para otros, que cautiva, atrapa y seduce por la fuerza, presencia, autenticidad y transparencia, surge de nuestra conexión interior, del contacto con nosotros mismos.
Esa forma de comunicar significados, conectados con nuestro interior, es una riqueza que se nota y a la vez aporta a otros; y que a su vez convence y persuade. La conexión con lo interno se traduce en una forma de ser y estar en el mundo, de movernos, de hablar, de relacionarnos, que tiene un impacto directo en nuestra gestión total. Al ser capaces de expresarnos manteniendo contacto con nosotros mismos, somos capaces de poner en orden nuestro caos interno… y el hecho de poner en orden las ideas y el esfuerzo por expresarlas en forma coherente provoca unos efectos terapéuticos de primer orden: hemos dado sentido a lo que pensamos y sentimos. Por el contrario, la carencia de esa conexión es la que nos lleva a la hiperactividad e hiperestimulación que provoca que hablemos tan rápido, que busquemos más acción.
Esa conexión interior, como lo expresa Nuria Moreno, sólo es posible si hay espacio interior y silencio (capacidad de escucha, calma, serenidad, paciencia).
El silencio es esencial
La capacidad para sostener el silencio, que es equivalente a la capacidad de estar con nosotros, es primordial para mantener la compostura, gestionar la impulsividad, tomar contacto con nuestro interior, escuchar en forma empática, tomar contexto de lo que está ocurriendo en el aquí y el ahora, evitar que permanezcamos aferrados sólo a nuestras palabras e ideas, como si estuvieramos en un monólogo.
Por otra parte, el silencio en sí mismo es un poderoso instrumento de comunicación, cuyo valor puede llegar a equipararse al de la palabra. Al respeto dijo Benedicto XVI:
“El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existe palabras con densidad de contenido…Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo devela la medida y naturaleza de las relaciones”.
Y agrega Benedicto XVI: “Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial”. El problema es que la ignorancia siempre está presurosa, deseosa y dispuesta para hablar, desconociendo lo poderoso que es el silencio como arma para la comunicación y la comprensión.
La escucha activa
El otro elemento que suma a la comunicación efectiva es la escucha activa. Comunicar con efectividad precisa de saber a quién se tiene enfrente como interlocutor, cómo es, qué necesita, qué le mueve, qué le interesa, y para eso hay que escuchar.
Para ser relevante en la comunicación, es necesario aprender a escuchar. En comunicación es tan importante saber escuchar cómo saber hablar. Cómo hablar en forma relevante y siginficativa para el otro, si no le hemos escuchado adecuadamente. Por expresó acertadamente Carl Rogers: «La incapacidad del hombre para comunicarse es el resultado de su incapacidad para escuchar con eficacia».
“Si no tenemos esta predisposición a la escucha, a mirar, percibir y sentir al otro, lo más probable es que atropellemos a nuestro pobre interlocutor, le pasemos por encima, le interrumpamos o abusemos de su tiempo, paciencia y bondad” (Nuria Moreno).
A mayor escucha también mayor presencia, lo cual implica estar presente con toda la energía, disposición, enfoque y atención.
Para escuchar activamente se precisa utilizar todos los recursos disponibles para escuchar consciente, intencional e interesadamente, a fin de entender al interlocutor, y captar sus necesidades, percepciones, opiniones, creencias, etc.
Aprender a escuchar activamente requiere de un desarrollo
Escuchar activamente es una elección deliberada que conlleva una actitud y disposición para enfocarse en el interlocutor buscando comprender la realidad del otro en el contexto de sus necesidades y deseos. Este proceso implica atención, disciplina y enfoque, porque escuchar no es un acto pasivo.
La escucha se desarrolla con tiempo, con enfoque, con actitud de apertura, con deseo de comprender, con quietud, con introspección. A una persona que vive apurada, en lo inmediato y que es impaciente le es muy difícil desarrollar la escucha activa.
«La persona así, no es dueña de su tiempo, no controla el ritmo, ni la velocidad, sino que vive dominada por la prisa, y esto hace que no pueda reflexionar y escuchar mientras habla» (Nuria Montero).
Por el contrario, la persona que desarrolla la escucha activa, tiene el espacio interior para parar y buscar y comprender el significado de lo que expresa el interlocutor, porque es dueño de su tiempo, como consencuencia de que no anda con prisa y de que controla su ritmo y su velocidad, y puede reflexionar y escuchar mientras habla. Y desde ese espacio interior puede gestionar sus emociones e impulsos, por eso no interrumpe, ni se pone nerviosa, ni descontrola, ni se atropella, sino que espera con paciencia y piensa antes de hablar, para usar, en forma sencilla, las palabras correctas.
Desarrollar escucha activa requiere intencionalidad y curiosidad
El escuchar activamente requiere mucha concentración e intencionalidad, y también una sana curiosidad, para prestar atención no sólo a las palabras que dice el otro, sino también a la forma como lo dice (tono, ritmo, pausas, vacilación, silencio, gestos, mirada, postura corporal, etc.), además de la carga emotiva que subyace detrás de las palabras.
Todo lo que el interlocutor es se expresa: su cuerpo, sus pausas, su velocidad y tono con que habla, y aun lo que calla. Escuchar activamente es, pues, un proceso total que implica escuchar a la persona total (palabras, emociones, tono de voz, cuerpo, silencio) desde la persona total (emociones, oídos, ojos…con todos los sentidos).
Al escuchar activamente llevamos la comunicación a un nivel transformacional, porque mostrar disposición e interés por el otro, es percibido por éste como una muestra de aceptación, validación, empatía, respeto e interés. Esa forma de escuchar es esencial para generar apertura en el otro para expresar sus opiniones y perspectivas, desmontar sus posturas defensivas, quitar barreras; además de la disposición a abrirse, comprometerse con el diálogo, y darse en gratitud hacia quien lo hace sentirse escuchado, atendido y comprendido.
Al dar valor e importancia a lo que el otro expresa, se crea un clima emocionalmente expansivo, un ambiente psicológico propicio para el entendimiento, la cooperación, el compromiso y el diálogo constructivo.
Escuchar y hablar con efectividad requiere tiempo, enfoque y entrenamiento
Aprender a hablar despacio, con conexión con el interior, con ritmo (y al ritmo del otro), y escuchar activamente, implica luchar contra nuestros automatismos y nuestros hábitos inefectivos a la hora de comunicarnos. Los labios y los oídos sabios no se hacen solos, para tener labios y oídos sabios se necesita intencionalidad, entrenamiento y enfoque.
Llevar el ritmo en la comunicación – bailar acompasadamente con el otro – es un proceso. Comunicarse efectivamente conlleva una danza en la que se requiere acompasar, adaptarse al ritmo del otro, para no atropellar, para no rezagarse, para no resultar amenazante e invasivo; para sincronizar y alienar formas y estilos. Es una cuestión de ritmo para saber cuándo hacer silencio, cuando hablar, para alinear las palabras al ritmo interior. Cada quien necesita encontrar su propio ritmo en cuanto pensar, hablar (escuchar), manteniendo la conexión con el interior.
Si logramos ese objetivo, entonces, nuestra comunicación es capaz de conquistar los fines que persigue: impactar, persuadir, convencer, seducir, informar, contar, describir, narrar, conmover, conectar, atraer, mover, captar, impulsar, argumentar, transmitir, evocar, sensibilizar. Las posibilidades son muchas cuando se logra una buena comunicación.
Desarrollar la capacidad de comunicar con efectividad implica un cambio a fondo
Pero mejorar nuestra comunicación va más allá del simple uso de técnicas y recursos de comunicación; no es un simple cambio cosmético. No es un asunto de voluntarismo, atención e intención. Se requiere trabajar desde la mente y desde el cuerpo. Es necesario darle una pauta de pausa al cuerpo en la forma como comemos, conducimos, nos cepillamos los dientes, etc. (para reprogramar nuestro cerebro), para desde allí apaciguar nuestra mente; y desde la calma, el silencio y el espacio, desarrollar la capacidad centrarnos en el otro para escucharle en su dimensión total, sin perder el contacto con uno mismo, y adoptar un ritmo de hablar más pausado que respete al otro.
Para modular la velocidad, para modular el ritmo, para modular la entonación, es necesario trabajar desde el cuerpo, y no desde la cabeza. Todo lo que tenemos automatizado a un nivel corporal y sistémico, donde la cabeza es solo una parte, no se puede corregir desde aquí (Nuria Moreno).
Cambiar la forma de comunicar equivale a cambiar la persona que somos
Se necesita de un cambio más integral, porque somos una totalidad, por lo que se requiere afectar la forma como funcionamos en nuestras actividades, trabajo, etc., y no sólo como hablamos y escuchamos. Al fin y al cabo, nos comunicamos desde la persona que somos. Por lo tanto, modificar nuestra forma de comunicación equivale a transformar la persona que somos: sistema de valores, mapas y paradigmas, identidad personal, motivación, autoestima, hábitos, autoconciencia, percepción, etc.
Nada cambia, si tú no cambias. A veces se requiere crecer en un área; a veces, no es cuestión de poner sino de quitar. Es un proceso que requiere de paciencia.
¿Por dónde comenzar? Un buen inicio es observarte: tu ritmo, tu tono.
“La observación es la base de la transformación. La mera observación en sí ya implica un cambio inmediato, pues si hay atención, hay presencia, hay conciencia” (Nuria Moreno).
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