“Los mejores años de su vida son aquellos en los cuales usted decide que sus problemas son solamente suyos. Entonces no culpará a su madre, a la ecología o al presidente. Se dará cuenta que usted controla su propio destino”. Albert Ellis
Esta reflexión, atribuida al autor Albert Ellis, es una invitación poderosa a la madurez emocional. En una época donde es fácil señalar hacia afuera y buscar culpables de nuestras circunstancias, asumir responsabilidad puede parecer incómodo, incluso injusto. Sin embargo, es precisamente en ese acto de apropiación donde comienza la verdadera libertad personal.
Muchas personas viven sus vidas como víctimas. Le echan la culpa por su condición actual, a sus padres, al estado, a los astros, o al destino. Pero en tanto vivamos nuestras vidas como víctimas, no nos haremos responsables por nuestras acciones, ni tomaremos responsabilidad por nuestro futuro.
No podemos controlar lo que nos sucedió en el pasado: El abuso de que fuimos objeto, la carencia de recursos económicos que experimentamos en la infancia, la falta de amor paternal, etcétera. Pero si podemos elegir hacernos responsables de nuestras actitudes, creencias y conductas. Podemos elegir entre ser esclavos del pasado o ser libres para crecer y avanzar en la vida.
De la queja a la acción
Muchas personas pasan años atrapadas en un ciclo de insatisfacción, convencidas de que sus vidas serían distintas si tan solo sus padres hubieran actuado de otra manera, si el gobierno ofreciera más oportunidades, si la economía fuera diferente, si la sociedad los comprendiera mejor. Y aunque es cierto que el entorno influye, lo peligroso de esta visión es que nos coloca en una posición de víctimas permanentes, sin poder ni dirección.
El punto de inflexión ocurre cuando uno deja de esperar que el mundo cambie para sentirse bien y comienza, en cambio, a transformarse desde dentro. En otras palabras, cuando aceptamos que aunque no siempre elegimos lo que nos sucede, sí somos completamente responsables de cómo respondemos.
La responsabilidad no es culpa
Uno de los grandes malentendidos sobre la responsabilidad personal es confundirla con la culpa. Culparse a uno mismo por todo lo malo que ocurre es tan improductivo como culpar a otros. Asumir responsabilidad no significa martirizarse, sino reconocer que nuestras decisiones, nuestras actitudes y nuestras acciones tienen un peso real en cómo se desarrolla nuestra vida.
Cuando una persona acepta esto, su foco cambia radicalmente. Ya no espera que el jefe lo reconozca, que la pareja lo comprenda sin hablar, que las oportunidades lleguen por sí solas. Comienza a buscar, a pedir, a construir. Se convierte en protagonista, no en espectador de su vida.
La libertad interior
Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, escribió que entre el estímulo y la respuesta existe un espacio, y en ese espacio reside nuestra libertad y nuestro poder para elegir.
Incluso en los entornos más adversos, sostenía Frankl, existe la posibilidad de decidir cómo responder.
Aceptar la responsabilidad de uno mismo no es una carga, es un acto liberador. Significa que no estamos condenados por lo que nos hicieron, por dónde nacimos o por las condiciones que nos tocaron. Siempre hay algo que podemos hacer. Y a veces, ese “algo” es suficiente para cambiarlo todo.
Romper el hábito de culpar
No culpar a nuestra madre, a la ecología ni al presidente —como señala la frase— no significa negar los problemas reales que existen. Significa reconocer que, aún en presencia de esos problemas, hay decisiones que solo nosotros podemos tomar. Podemos quejarnos del calentamiento global, o podemos vivir de forma más sostenible. Podemos criticar al gobierno, o podemos involucrarnos activamente en la comunidad. Podemos reprochar a nuestros padres lo que no supieron darnos, o podemos convertirnos en los adultos que necesitábamos cuando éramos niños.
Cada elección en esta dirección fortalece nuestra sensación de control interno. Y ese sentido de control —llamado por los psicólogos “locus de control interno”— está asociado a mayores niveles de bienestar, autoestima y éxito personal.
El poder de decidir
Los mejores años de nuestra vida no llegan necesariamente cuando todo está bien, sino cuando decidimos actuar con lo que hay. Esa decisión marca un antes y un después. Comenzamos a elegir nuestras relaciones, nuestras metas, nuestras batallas. De repente, la vida deja de ser algo que nos pasa, y se convierte en algo que construimos.
No hay libertad sin responsabilidad. Pero tampoco hay plenitud sin esa libertad. Esperar que otros arreglen nuestra vida es una espera eterna. Tomar el timón, en cambio, nos da dirección, propósito y, con el tiempo, paz.
Conclusión
Aceptar que nuestros problemas son solamente nuestros no es egoísmo, ni resignación, ni dureza. Es valentía. Es reconocer que aunque el camino esté lleno de desafíos, tenemos la capacidad de avanzar. Significa dejar de vivir en función de lo que fue, y empezar a vivir desde lo que puede ser.
En esa decisión —la de responsabilizarnos de nosotros mismos, sin excusas ni evasiones— se abren los mejores años de nuestra vida. No porque sean perfectos, sino porque por fin somos dueños de ellos.
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