Camuflando la tristeza
En muchas ocasiones bloqueamos la tristeza porque tenemos creencias negativas asociadas a la tristeza: “La tristeza es de débiles”, “si me muestro triste, me dañarán o se aprovecharán de mí”, “los fuertes no lloran”, “si lloro, acabaré deprimido”, etc. He escuchado a personas decir: en este momento no me puedo dar el lujo de ponerme triste, pues necesito ser fuerte. Hay mil y una justificación para esconder la tristeza: “No deseo preocupar a los demás”, “si me notan triste voy a inspirar lástima”, “si muestro tristeza van a pensar que soy débil”, “la tristeza me resta fortaleza”.
Tal vez una de las razones que más empuja a la gente a esconder su tristeza, es esta cultura hedonista, cuya máxima es la felicidad, que hace que la tristeza sea una mancha inadmisible.
“Si estamos tristes es que somos demasiado sensibles y, por tanto, débiles. Y la tristeza de los demás nos hace sentir incómodos”. Por eso nos asusta y procuramos evitarla» (Beatriz de Asis).
Este intento de evasión de la tristeza en muy acostumbrado por personas con actitud perfeccionista que se exigen mucho, y para las que sentirse tristes es fallar; también ocurre con las personas hiperesponsables que tienen la tendencia a llevar el mundo en sus hombros, pensando que necesitan ser fuertes en provecho y apoyo de otros.
Algunas personas intentan esconder la tristeza bajo una agenda muy ocupada, para no permitirse sentir (si estoy ocupado no tendré tiempo para estar triste), de manera que termina llevando un ritmo de vida frenético que le produce un gran desgaste que tarde o temprano le pasa factura.
Cómo tapamos la tristeza
Así mucha gente ha llevado la tristeza escondida por largo tiempo, con una especie de máscara. A veces tapamos la tristeza con otra emoción: enojo, alegría, etc.
Es muy habitual tapar la tristeza con alguna otra emoción que nos resulta más fácil expresar (menos amenazante) y con la que nos protegemos, para evitar experimentar la vulnerabilidad. Pero, a veces, necesitamos reconocernos desde la vulnerabilidad para reconocer así nuestra necesidad y podernos atender en esa necesidad.
Enmascarando la tristeza con enojo
Una de las emociones con la que más comúnmente tapamos la tristeza es el enojo. Pareciera que el enojo es más fácil de sobrellevar. “El enfado es una de las emociones negativas más atrayentes que existen, pues te empodera y te da energía, frente a otras emociones que pueden debilitarte” (Goleman, 1996). Por tanto, el enfado actúa frecuentemente como una emoción secundaria. Las emociones secundarias surgen para esconder a otras que no aceptamos; su función es ocultar lo que realmente sientes, reprimirlo.
Nos enfadamos con el otro o con nosotros mismos (a veces en la forma de autoreproche), cuando lo que necesitamos es contactar con la tristeza que hay de fondo porque es ésta la que nos facilitará aflojar y saber qué necesitamos.
Enmascarando la tristeza con ansiedad
La tristeza también suele disfrazarse de ansiedad y nerviosismo. Algo anda mal por dentro y, al no enfrentarlo, surge la ansiedad como señal para activarte, para que hagas algo. Te insta a que te ocupes, de una vez, de la tristeza que empiezan a dominarte.
Enmascarando la tristeza con alegría
En oportunidades tapamos la tristeza con una sonrisa fingida: la vestimos de “alegría”, pero llevando la procesión por dentro. La sonrisa equivale a un mecanismo de defensa, a una máscara que sirve para ocultar el estado de tristeza. Así andan muchas personas, camuflando la tristeza con una sonrisa sintética. Se trata de personas que llevan su dolor por dentro, cual estoicos, no lo exteriorizan y se van consumiendo a fuego lento, hasta que llega un momento en el que se derrumban porque no pueden soportar más el peso de la máscara que han construido y llevado durante mucho tiempo.
Camuflar y reprimir la tristeza limita nuestra respuesta adaptativa a las pérdidas y decepciones
Pero estas emociones secundarias no son las respuesta adecuada y adaptativa a la experiencia que estamos viviendo. En esos momentos de pérdidas, de dolor psicológico, de enfermedad, de decepción, etc., lo que necesitamos es experimentar la tristeza, para establecer distancia con las situaciones dolorosas, para impulsar la interiorización y cicatrización del dolor generado por ellas; para ayudarnos a elaborar el proceso de duelo.
Cuando experimentamos pérdidas, decepciones, fracasos necesitamos, en algunas de esas ocasiones, la tristeza para que nos pause, nos desactive para estar más presentes con nosotros mismos, para que nos miremos por dentro, y nos centremos en nosotros mismos para atender la herida.
En ese sentido, la tristeza nos concede un espacio con nosotros mismos que resulta necesario y terapéutico. Por eso podemos decir que, en esas circunstancias, la tristeza nos protege. La tristeza facilita la introspección y el análisis constructivo de la situación que ha generado la herida.
La tristeza un acompañante necesario en algunos momentos de la vida
En algunos momentos de la vida la tristeza puede ser un acompañante útil , como cuando experimentamos pérdidas, separaciones y decepciones importantes. En esas situaciones la tristeza nos prepara y acompaña para tomar contacto con el valor de lo perdido, y generar el estado de centración e introspección necesaria para procesar esas experiencias.
La tristeza nos pausa, nos facilita una retirada reflexiva – centrar la atención en uno mismo, para estar más presentes con nosotros mismos – para contar con el espacio para metabolizar y cicatrizar la herida, reorganizar la vida, prestar más atención a la nueva información que nos envía el mundo exterior, revisar nuestras perspectivas de cara a la experiencia vivida.
No se trata de hacer una apología de la tristeza, ni regodearnos en ella, sino de aceptarla y entenderla, para aprovecharse de ella para sanar, cerrar heridas y asimilar experiencias de vida.
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