Entendiendo el lenguaje de las emociones

Arnoldo Arana

Doctorado en Consejería de la Universidad Rhema en Jacksonville, Florida – USA. Maestría en Gerencia de Empresa y Lcdo. en Contaduría Pública. Coach certificado por la ICF. Psicoterapeuta. Escritor y conferencista en liderazgo, coaching y vida familiar.
11 febrero 2024

Las emociones representan un sistema de información y evaluación que nos informa de nuestra realidad interna, a través de la carga afectiva que generan.

Las emociones surgen cuando nuestras necesidades requieren expresarse. Las emociones son las voces de nuestras necesidades que nos impulsan a actuar.

Las emociones no simplemente nos ocurren, emergen de nuestro interior con un fin, siempre para comunicar una necesidad. Es la voz de las emociones la que nos incita a escuchar o desatender, pararnos o avanzar, recordar u olvidar, cambiar o permanecer, simpatizar o antagonizar, motivar o decaer.

Por eso cuando las emociones hablan, todo nuestro ser – cuerpo y mente – responde a su lenguaje, las vive, de allí que las emociones vienen acompañadas de cambios, reacciones y sensaciones en el ámbito corporal (expresión del rostro, tono de voz, postura del cuerpo, brillo de los ojos, gestos, sensaciones físicas) y en el ámbito psicológico: vivencia emocional: falta de concentración, aprensión, excitabilidad, etc., así como pensamientos asociados.

Ahora, al comunicar nuestras necesidades, las emociones tienen un lenguaje, una forma de comunicarse con nosotros y con los demás, que necesitamos escuchar y comprender si queremos gestionarlas con efectividad.

Las emociones se expresan mayormente a través del lenguaje corporal

Ese lenguaje de las emociones se expresa mayormente a través del lenguaje corporal. Esa es una voz sin sonido, pero muy expresivo a través de las sensaciones corporales. La emoción habla a través de sensaciones y reacciones – agradables o desagradables – que experimentamos cuando ellas aparecen.

De forma natural las emociones se manifiestan a través de las sensaciones corporales. Ese es su lenguaje por excelencia. Y cuando las acogemos y le brindamos un canal adecuado para su expresión, como son los movimientos del cuerpo, la risa, el llanto, la palabra, la acción, el gesto natural y congruente con la emoción que se siente, entonces ellas actúan como mecanismos adaptativos que nos impulsan a la acción contextualizada para buscar atender y satisfacer las necesidades que informan.

El lenguaje no ecológico de las emociones

Pero cuando las reprimimos, negándoles su expresión, ellas utilizan otro lenguaje, otras formas de expresión menos ecológicas y saludables, como contracciones musculares, insomnio, trastornos físicos, trastornos psicológicos, como irritabilidad, ansiedad, aprensión, angustia, comportamientos compulsivos, entre otros.  Este es un lenguaje más extremo que usa nuestro organismo para expresar nuestras necesidades.

Entonces, aparecen los síntomas que adoptan diferentes formas y ritmos. En ocasiones las señales del cuerpo con que nos hablan las emociones, podríamos calificarlas de susurros, como contracciones musculares, tics en los ojos, etc.

Pero en ocasiones las señales gritan, como dando una voz de alerta. Estas son señales más graves y difíciles de pasar por alto. Estos gritos se presentan en la forma de dolores de espalda (lumbagos, espasmos musculares, etc.), colon irritable, refriados constantes, jaquecas, afecciones cutáneas, etc. Pero a veces nuestros cuerpos necesitan dar alaridos, como una forma extrema de comunicación, indicando que se avecina una enfermedad. Estos alaridos pueden presentarse en la forma de asmas, artritis, hipertensión y problemas cardiovasculares, cálculos renales, enfisema, etc.

En lo psicológico estos síntomas van desde inquietud, estado de alerta, desazón, aprehensión, irritabilidad, mal humor, desánimo. O pueden resultar en síntomas más fuertes como: sensación de angustia, ansiedad, tristeza profunda y constante, explosiones de cólera o agresivas, ataques de pánico, etc.

Tengamos presente que las emociones son los altavoces del cuerpo.

Buscando comprender el lenguaje de las emociones

Ahora, a veces no es fácil entender el lenguaje de las emociones. A veces no es sencillo escuchar, decodificar el lenguaje de nuestras emociones y su mensaje, sobre todo cuando nos hemos acostumbrado a reprimirlas y no darles cabida.

La dificultad para entender las emociones está en que ellas son una especie de mensaje no regulado por la lógica. Este lenguaje puede ser difícil de entender si estamos desconectados del cuerpo; puede parecer un lenguaje demasiado abstracto; y aun resultar amenazante. Puede que no sepamos qué hacer o cómo manejar la tristeza, o el miedo, o el enojo, o la frustración, o la impotencia.

En ocasiones resulta complicado descifrar algo que es tan íntimo y personal. Sabemos que, aunque las emociones se expresan orgánicamente, no son solo respuestas fisiológicas, sino que presentan también una dimensión cognitiva y una dimensión conductual. Las emociones se expresan por distintas vías, y necesitamos comprender el significado que les damos.

Puede que en ocasiones la voz de nuestras emociones nos aturda, nos abrume, nos parezca desagradable o nos resulte amenazante, y tal vez la primera reacción sea huir de ellas o esconderlas. Sin embargo, necesitamos escuchar sus mensajes y atenderlos, acostumbrarnos a vivenciarlas sin juzgarlas buscando el mensaje que intentan comunicarnos, aprender de lo que nos dicen, pues, detrás de su voz hay un mensaje que oculta una realidad interna, una necesidad, un flujo de energía que busca expresarse.

Necesidad se ser sensible al lenguaje de las emociones

Necesitamos, pues, aprender a oír, acoger, concienciar y respetar nuestras emociones, reconocerlas, aceptarlas y expresarlas.

Tengamos presente que toda emoción tiene una causa y provoca una consecuencia, es decir, tiene una función clara. Nuestra tarea es descubrir que quieren comunicarnos. Escuchar nuestras emociones es comprender cuál es la información que nos quieren transmitir. Pero para escucharlas es importante atenderlas sin rechazarlas, juzgarlas, o moralizarlas, intentando percibir y observar desde lo más básico que son las sensaciones corporales, hasta el clima psicológico con que se acompañan, y aun los pensamientos que nos generan.

Atender a la voz de nuestras emociones nos ayudará a comprender los motivos por los que se ha producido y tendremos más información para poder realizar un proceso de toma de decisiones para resolver la emoción.

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