No somos nuestras emociones
Cuando experimentamos por mucho tiempo una misma emoción, podemos confundir a esa emoción como una parte de nuestra identidad. Por ejemplo, decir “soy depresivo” es como decir que «soy la depresión”, o “soy miedoso” es como decir que «soy el miedo». Pero las emociones son una manifestación de una necesidad que experimentamos en un momento determinado de nuestra vida, pero no algo que somos.
Una de las razones porque tomamos algunas emociones como nuestra identidad, es porque moralizamos las emociones, definiéndolas como buenas o malas, positivas o negativas, de allí la tendencia de mucha gente a reprimirlas. Pero el que te sientas inútil no significa que en realidad seas incapaz, sin habilidades, argumentos, recursos o competencias. El que sientas miedo, no significa que seas cobarde o indigno. El que experimentes tristeza, no significa que seas débil.
Recuerda que las emociones son solo una parte de lo que somos. Sentir una emoción difícil no significa que somos la emoción difícil o desagradable, así que en lugar de decir “soy miedoso”, podríamos decir “me siento con miedo”. Además, sentir emociones difíciles no significa que hay algo malo en nosotros o que hemos hecho algo mal.
No podemos desconectarnos de nuestras emociones
Mucha gente trata infructuosamente de deshacerse de sus emociones, especialmente las que le resultan desagradables, negándolas, apaciguándolas o reprimiéndolas. Pero eso es imposible, pues las emociones son inherentes a la naturaleza humana. Por ejemplo, podemos pensar cosas como “ya no debería sentirme enojado” o “no es adecuado que me sienta con miedo”.
Las emociones constituyen un componente fijo de nuestro programa de comportamiento. No son opcionales.
Por otra parte, evitar o reprimir las emociones solo hace que se queden más tiempo. Aceptar las emociones es el camino más fácil para tratar con ellas, y evitar que nos agobien o tumben. Al respecto comenta Norberto Levy:
“Al sentir una emoción que nos disgusta, como el miedo o enfado, queremos controlarla para que desaparezca. Pero así sólo se intensifica. El camino es ayudarla a madurar”.
Cuando el ritmo natural de las emociones se interrumpe (reprime) o alarga, racionalizando, reprimiendo o negando las emociones, se violenta un estado biológico adaptativo y la emoción sufre una metamorfosis negativa. Pasamos, entonces, de la emoción a los estados emocionales patológicos o disfuncionales.
Las emociones no duran para siempre
Una emoción es una reacción inmediata. Son expresiones psicofisiológicas instantáneas, episódicas, de corta duración, provocadas por la presencia de un estímulo o evento emocionalmente competente, y que en forma saludable debería extinguirse con la propia situación que la generó.
El funcionamiento de las emociones es de carácter transitorio y de ciclo limitado y corto en el tiempo. Una vez su misión ha concluido se agota a sí misma (eso es lo sano). Pero si me quedo, por ejemplo, rumiando el enojo puede hacerse crónica y perjudicial, evolucionar como violencia, odio, rencor y resentimiento; o instalarse como mal humor e irritabilidad; como una forma de ser y estar en el mundo, como una respuesta poco flexible, cronificada y poco adaptativa.
Las emociones no son hechos
Las emociones, especialmente cuando son intensas, pueden sentirse como “la verdad”. En otras palabras, cuando tenemos una emoción fuerte, podemos ver los pensamientos y creencias asociados con esa emoción como la única verdad posible. Sin embargo, las emociones no son hechos y no prueban nuestros pensamientos y creencias. Por ejemplo, cuando te sientes decepcionado, puedes creer que “el mundo está en mi contra”. A veces podemos confundir las emociones como evidencia y nuestra creencia puede sentirse verdadera.
Una emoción es una experiencia y no una decisión, ni una condición, ni mucho menos un resultado final; ni una verdad, ni un rumbo determinístico de acción. Es sencillamente una información que procede desde nuestro interior. Las emociones no son un destino; son información de nosotros mismos – un sistema de señales – que expresan una realidad interna, una necesidad, no son conclusiones.
Sentir no es hacer
Podemos tener una emoción y no actuar en consecuencia. Si bien la emoción predispone a la acción, no significa que la acción tenga que darse necesariamente, lo que sí es importante es permitirse tomar contacto con la emoción. La emoción es más un impulso que nos invita a actuar, que una decisión.
Es normal tener impulsos asociados con las emociones. Por ejemplo, cuando nos sentimos enojados, podríamos pensar “cuando estoy enojado tengo que gritar”. Aunque los impulsos asociados con una emoción a veces son fuertes, puedes elegir si deseas actuar según esos impulsos. Incluso cuando sientes emociones intensas, puedes elegir si actuar o no sobre tus impulsos.
Las emociones forman parte de un proceso y no son una decisión, ni una conclusión. Como parte de un proceso que es, resulta importante escucharlo, permitirlo, concienciarlo, asimilarlo y no interrumpirlo, ni evitarlo, ni reprimirlo, sino facilitar que la emoción madure en nosotros y nos informe que está pasando, para luego tomar una acción en el momento que consideremos conveniente y en alineación con nuestros valores, preferencias, necesidades y conveniencia.
La experiencia emocional es única
Todas las personas somos capaces de tener las mismas emociones, sin embargo, podemos experimentar emociones diferentes en respuesta a la misma situación. Cada persona experimenta sus emociones de una forma única en intensidad, naturaleza y tiempo. También es posible que cada persona experimente la misma emoción de manera diferente. Por ejemplo, algunas personas sienten ansiedad en el pecho y otras en el estómago.
No estamos a merced de las emociones
Las emociones no simplemente nos ocurren, ni estamos a merced de ellas. No recibimos pasivamente las emociones cuando a ellas se los ocurre emerger. No somos víctimas de nuestras emociones. Podemos apredner a gestionar nuestras emociones para nuestro bienestar.
“A veces tenemos la sensación de que muchas de las emociones, simplemente, ocurren. Por lo tanto, es conveniente que aprendas a utilizar esas emociones como guía y aprendas a regularlas, de manera que no te controlen. Del mismo modo que no todo pensamiento es necesariamente lógico, no todas las emociones son necesariamente inteligentes. Tal y como tienes que aprender a razonar lógicamente, también tienes que aprender a diferenciar cuándo tus emociones son saludables, y contribuyen a que vivas una vida más plena, y cuándo son desadaptativas y resultan perjudiciales”. Leslie S. Greenberg
Las emociones son señales cuya función es informarnos de nuestras necesidades, y en la expresión de las emociones tomamos contacto con nuestras necesidades; pero cuando las descalificamos y las reprimimos y, en consecuencia, evitamos sentirlas y dejamos de escuchar su voz, dejamos de entrar en contacto con nuestras necesidades y, en consecuencia, dejamos de satisfacerlas.
Negar, camuflar o reprimir nuestras emociones “no deseadas e incomodas”, no hará que desaparezcan o dejemos de experimentarlas, por más “esfuerzo, disciplina y control” que utilicemos. Seguirán presente en nuestras vidas, pues su voz es imposible de silenciar o apagar; pero expresándose de otras formas, como rigidez y contracciones musculares, insomnio, adicciones, trastornos corporales y psicológicos, compulsividad, etc. Es un esfuerzo inútil tratar de “enterrar las emociones”.
Las emociones son señales de nuestro organismo que informan sobre una necesidad
Las emociones representan un sistema de información y evaluación que nos informa de nuestra realidad, dándonos una carga afectiva. De esta forma cada emoción cumple una función, y todas tienen una razón de ser. Las emociones nos brindan la dirección que requerimos para actuar en cada situación, y la referencia acertada de lo que nos sucede en un momento determinado, así como la energía adecuada para actuar en cada situación.
Así, por ejemplo, en enojo nos informa que alguien ha traspasado nuestros límites, el dolor nos dice que ha aparecido una herida, el miedo nos comunica nuestra necesidad de seguridad, el placer nos ayuda a tomar conciencia de que nuestras necesidades están satisfechas, la tristeza nos susurra del valor de lo perdido, la frustración nos expresa que tenemos necesidades no atendidas u objetivos no alcanzados, la impotencia nos habla de la falta de potencial para el cambio, la confusión nos expresa que estamos procesando información contradictoria. Cada emoción tiene su propio mensaje e intensidad.
Las emociones son, pues, un sistema de señales que nos dan información que necesitamos en un momento determinado para organizar nuestra conducta y orientar nuestras acciones. Cada una de las emociones son signos que nos ayudan a prepararnos para responder a diferentes situaciones.
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