En el proceso de experimentar la enfermedad, el cuerpo fiel a nosotros, constantemente nos habla y susurra.
Escuchando el lenguaje del cuerpo
“A pesar de llevar tantos años viviendo dentro de nuestros cuerpos, cuando algo falla, tenemos la impresión de estar viviendo dentro de un completo extraño”. Deb Shapiro
Cada cuerpo, así como cada voz de persona, tiene un lenguaje singular y propio, una forma característica de expresarse. Así, por ejemplo, cada persona tiene una forma de resentir y manifestar el estrés: malestares estomacales, o dólares de cabeza, o dolores de espalda, etc.
Cuando nuestra vida no está fluyendo con congruencia, hay una sabiduría innata en nuestro cuerpo pare expresar nuestras necesidades insatisfechas, conflictos latentes, emociones reprimidas, etc. El cuerpo es un testigo fiel de cómo estamos viviendo. Podemos engañar nuestra mente, o distraer nuestro intelecto, pero como dice Manuel Barroso “nuestro cuerpo no acompaña sin mentiras”. Dice también el Dr. Nelson Torres que “el cuerpo grita lo que la boca calla”. “El cuerpo no engaña, no distorsiona, se muestra tal cual, incluso a nuestro pesar” (Silvina Gimpelewicz).
Nuestro cuerpo grita una verdad que muchas veces preferimos callar, que preferimos no escuchar: cuando no es la gripe que chorrea, es el dolor de garganta que tapona, o el estómago que arde, o nuestro abdomen que engorda, o la neuritis intercostal que oprime, o nuestra piel que se brota, o las alergias que nos invaden, o los oídos que nos zumban, o la espalda (cervical / lumbar) que nos aqueja, o la cabeza que nos aturde, o los huesos y las articulaciones que nos duelen, o los músculos que se contraen y duelen, o la respiración que nos aprisiona.
Las emociones: voz y lenguaje elocuente del cuerpo
A veces nuestro cuerpo elige no hablarnos a través de nuestros órganos, vísceras, huesos y músculos, sino que nos habla por el lenguaje de las emociones. Entonces nos invade la ansiedad, o la depresión, o el miedo. Este lenguaje puede ser más difícil de entender; puede parecer demasiado abstracto. Puede que no sepamos qué hacer o cómo manejar la tristeza, o el miedo, o la frustración e impotencia.
Con frecuencia los seres humanos tendemos a reprimir alienar la expresión de determinadas emociones. Hay emociones como la ira, el miedo o la tristeza que, en algunos contextos, no son socialmente aceptadas, en consecuencia, tratamos de negarlas o camuflarlas. De modo que tendemos a amoldar nuestra expresión emocional a los cánones socialmente aceptados. Como dice
Maickel Malamed: “Parte del manejo emocional tiene que ver con moldes… el hombre piensa, la mujer siente, los hombres no lloran, la tristeza es mala, el miedo es de cobardes… se pierde la emoción en una cuestión moral y la moralidad está en la acción, no en el sentimiento”.
Pero nos engañamos al pretender meter las emociones en un molde, y etiquetarlas como buenas o malas, positivas o negativas. Las emociones son, simplemente, expresiones naturales de nosotros mismos que expresan una realidad interna, una necesidad. Las emociones nos informan de nuestras necesidades, y en la expresión de las emociones tomamos contacto con nuestras necesidades; pero cuando evitamos sentir, cuando reprimimos nuestras emociones, cuando dejamos de “escuchar su voz”, dejamos de entrar en contacto con nuestras necesidades, en consecuencia, dejamos de satisfacerlas, y entramos en conflictos, y nos hacemos incongruentes. En ese momento comenzamos a recorrer el camino de la enfermedad.
Las emociones nos dan una referencia acertada de lo que nos sucede en un momento determinado, y la energía adecuada para actuar en cada situación. Así, por ejemplo, la rabia nos informa que alguien ha traspasado nuestros límites; el dolor nos dice que ha aparecido una herida; el miedo nos comunica nuestra necesidad de seguridad; el placer nos ayuda a tomar conciencia de que nuestras necesidades están satisfechas; la tristeza nos susurra del valor de lo perdido; la frustración nos expresa que tenemos necesidades no atendidas – objetivos no alcanzados -; la impotencia nos habla de la falta de potencial para el cambio; la confusión nos expresa que estamos procesando información contradictoria. Cada emoción tiene su propio mensaje e intensidad.
Las emociones no simplemente nos ocurren, emergen de nuestro interior con un fin, siempre para comunicar algo. Es la voz de las emociones la que nos incita a escuchar o desatender, pararnos o avanzar, recordar u olvidar, cambiar o permanecer, simpatizar o antagonizar, motivar o decaer. Por eso cuando las emociones hablan, todo nuestro ser (yo) – cuerpo y mente – responde al lenguaje de las emociones, las vive, de allí que las emociones vienen acompañadas de cambios y reacciones en el ámbito corporal (expresión del rostro, tono de voz, postura del cuerpo, brillo de los ojos, gestos) y en el ámbito psicológico (vivencia emocional: falta de concentración, la irritabilidad, la excitabilidad, etc.).
Serie: El cuerpo: ¿Un mensajero enemigo o aliado? – Parte III
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